Un acuerdo celebrado, de beneficios todavía inciertos

En un artículo en The New York Times reproducido hace unos días por La Nación, el reconocido politólogo y consultor Ian Bremmer planteó que Donald Trump está ganando su guerra comercial global en el corto plazo, al mismo tiempo que los Estados Unidos están resignando en el largo plazo su ascendencia, su predominio moral, sobre el resto del mundo. Lo que Washington ganó hoy, dice Bremmer, podría comprometer significativamente su horizonte estratégico.
Bremmer es reconocido por su caracterización del actual orden global como un G-Cero, donde EEUU ya no detenta el liderazgo económico, pero ningún otro país o grupo de países está en condiciones de sustituirlo en ese rol. Ya no existen en los hechos espacios de cooperación como los del Grupo de los 7 países más industrializados, el G20 o incluso el G2 (EEUU-China), que puedan contener el actual estado de cosas. Bremmer dice esta vez que si bien el mundo aceptó las reglas impuestas desde Washington en materia arancelaria y negocia las mejores condiciones posibles para adaptarse a ellas, está encontrando la forma de que esta situación no se prolongue en el tiempo. ¿De qué manera? “Reduciendo paulatinamente su dependencia del mercado norteamericano”.
Estados Unidos anunció este jueves el marco para la firma de acuerdos comerciales con la Argentina, Ecuador, El Salvador, y Guatemala, países aliados de Trump en América latina de escasísima relevancia en el comercio internacional (incluido el nuestro). El anuncio corrió por cuenta de la Casa Blanca, como ha sido la costumbre de Trump desde que inició su extenuante ronda de negociaciones con el resto del mundo para acordar aranceles recíprocos, después de haberlos aumentado unilateralmente a niveles nunca vistos en el último siglo con la intención de reducir el déficit crónico de la balanza comercial estadounidense. Entre otros países y bloques que firmaron acuerdos con EEUU se cuentan el Reino Unido, la Unión Europea, Filipinas, Indonesia, Japón, Tailandia, Corea del Sur, China y Vietnam.
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El comunicado de la Casa Blanca referido a la Argentina se titula Marco para un Acuerdo sobre Comercio e Inversión Recíprocos. No se trata apenas de un acuerdo sobre aranceles, pero tampoco es un tratado de libre comercio, como alguna vez soñó Javier Milei. Como todo marco, no ofrece precisiones. Enumera, sí, una serie de puntos vinculados a la reducción de aranceles y eliminación de barreras no arancelarias; propiedad intelectual; acceso a los mercados agrícolas; trabajo; combate a prácticas no comerciales de terceros países (¿China?); medio ambiente y comercio digital, entre otros. En cada uno de estos puntos apenas esbozados podría abrirse un mundo.
En el estilo conocido de Trump, hay que entender que es un documento destinado a la audiencia local (de EEUU). La Casa Blanca destaca una serie de ventajas obtenidas en materia de acceso de productos estadounidenses al mercado argentino. Menciona que la Argentina “otorgará acceso preferencial”· a las exportaciones “de ciertos medicamentos, productos químicos, maquinaria, productos de tecnología de la información, dispositivos médicos, automotores (atención), y una amplia gama de productos agrícolas”. Se remarca (nuevamente atención) que la Argentina “ha abierto su mercado al ganado bovino vivo estadounidense y se ha comprometido a permitir el acceso al mercado de las aves de corral estadounidenses”.
«Los países abrirán sus mercados recíprocos para productos clave», dice el documento. Aunque se menciona una mejora en el acceso a la carne bovina argentina -que recoge un comunicado difundido más tarde por Presidencia- y una alusión, esto es relevante, a la eventual flexibilización de la legislación comercial estadounidense en cuestiones relacionadas con la seguridad nacional. Esto último podría indicar que EEUU estaría dispuesto a reducir los aranceles a las exportaciones de acero y aluminio argentinos, que tributan 50%. La mayoría de los productos argentinos que ingresan actualmente a EEUU pagan un 10% de arancel.
«Histórico»
El anuncio de Washington fue celebrado por el gobierno de Javier Milei como un acontecimiento “histórico”, que posiciona a la Argentina entre “un grupo selecto de naciones con preferencias comerciales” de parte de los Estados Unidos, “que abre nuevas oportunidades para el crecimiento”. Tampoco hubo precisiones aquí sobre cuáles serán sus alcances.
La negociación se desarrolló en un marco de estricta confidencialidad por exigencia norteamericana, según admitieron funcionarios que participaron de ella. Incluso una vez anunciado, esas personas evitaron dar a Perfil precisiones sobre el contenido del acuerdo. Según versiones, el presidente Milei podría viajar el mes próximo a Washington para rubricarlo.
Un tramo de estas negociaciones coincidió con el salvataje financiero de Trump a la Argentina de Milei. La ayuda de Trump resultó providencial para Milei en la previa de las elecciones legislativas y en medio de la peor corrida cambiaria que se recuerde desde el fin de la convertibilidad. Incluyó la intervención directa del Tesoro norteamericano en el mercado de divisas local mediante la venta de más de 2 mil millones de dólares y un swap de monedas por otros US$ 20 mil millones, además de la promesa de un préstamo por la misma cifra de un grupo de bancos internacionales, aún en negociación (entre los bancos y Washington).
Es imposible no asociar el anuncio de Washington y sus eventuales consecuencias con la ayuda financiera a la Argentina de Milei.
La relación entre ambos países es asimétrica, no hace falta decirlo. Y la política exterior argentina está virtualmente intermediada por Washington. Días atrás, la Argentina acompañó el voto de rechazo de EEUU al informe anual de la ONU sobre la Corte Penal Internacional en una extraña amalgama de aliados que sumó a Bielorrusia, Corea del Norte, Burkina Faso, Nicaragua, Níger, Paraguay, Israel y Rusia. El lunes pasado, el Gobierno anticipó que Milei no asistirá a la reunión del G20 en Río de Janeiro, imitando una decisión de Trump.
El acuerdo del Mercosur con la UE lleva tres largas décadas de negociaciones, que involucraron a no menos de siete gobiernos argentinos. Con matices, hubo una línea de continuidad en busca de ese objetivo. Igual que el mantenimiento de la relación estratégica con China, principal socio comercial de la Argentina. Hasta Miel negoció con Beijing extender la vigencia de un tramo del swap activado en 2023 durante la gestión de Sergio Massa en Economía.
EE.UU. es el principal inversor extranjero en la Argentina. Las economías argentina y estadounidense no son complementarias sino competitivas, cuestión que ha provocado diferencias, y en ocasiones rispideces, entre ambos países un siglo atrás, cuando la posición argentina en el comercio internacional tenía cierta relevancia (imprescindible Aquel apogeo, de Archibaldo Lanús, para entender eso).
Fuera del contexto de una mayor apertura de una economía cerrada como la argentina, aún no está claro cuáles serán los beneficios de este acuerdo comercial en un país que apuesta al desarrollo de actividades que no son consideradas de mano de obra intensiva. Habrá ganadores y perdedores. Lo veremos cuando hablen los sectores de la economía que se vean perjudicados. Casi ya empezamos a verlo: unas horas antes del anuncio, en la convención anual de la UIA, Paolo Rocca, CEO de Techint, una multinacional que exporta tubos de acero EEUU, reconoció el orden macro sobre el que busca avanzar el Gobierno. Pero reclamó una “apertura comercial racional” y una “política industrial”. Clarísimo.
