Taruchas: equipos en modo on fire


El inicio de la primavera hace las veces de reloj biológico en la mente y el corazón de los amantes de la pesca de tarariras. Una especie que realmente está muy corrida y castigada en varios pesqueros, principalmente de la provincia de Buenos Aires. Está costando mucho y es muy difícil encontrar una laguna donde tengamos chances concretas de pescarlas, tanto con carnada natural como con artificiales, debido al abuso masivo de la pesca comercial.

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Por esta circunstancia, para no errar en la búsqueda e incentivar a los lectores, enfocamos nuestra dirección hacia San Pedro, casi un paraíso natural para la especie tararira. No quiere decir que no sufra el furtivismo y la pesca comercial, pero siempre nos da la posibilidad de tentarlas en alguno de los tantos recovecos que posee en su extenso delta.

La figurita difícil

Nuevamente la idea era tentarlas con artificiales, señuelos rígidos o de látex, según amerite la situación o estructura. Para eso íbamos a necesitar cañas de spinning o baitcasting de 1,80 a 2,10 m de largo, reeles chicos cargados con hilo multifilamento de 30 lb (1 lb = 0.453 kg) de resistencia y todo el arsenal de señuelos que tengamos disponibles.

Solo a modo de aclarar y sumar experiencia, debemos contar con señuelos de superficie y subsuperficie, hélices, cranks y rattlings que pueden ser de diferentes marcas como Rubí, Alfers, NG, Gozio, Raptor, Rapala, DonKB, y seguramente muchas más del agrado de cada uno de los pescadores. En softs, los que predominan son formatos rana, gusanos y pescaditos de las marcas ZMan, Lures, Gozio, DonKB, Spinit y Storm. Algo fundamental es llevar cucharas ondulantes, anzuelos emplomados y antienganche, por si hay que superar vegetación y darle profundidad al soft.

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Después, lo de siempre: pinza saca anzuelos, bogagrip, anteojos y visera. Teniendo todo listo y las ganas intactas para hacer un buen relevamiento, llamamos a Esteban De Paoli, referente y guía de San Pedro, con quien nos une una gran amistad de hace años. Después de escuchar las palabras mágicas de que había mucho pique de taruchas, sólo restó poner día y hora a la salida.

En esta oportunidad lo llamé a Mariano Acuña, quien trabaja en Pesca del Plata, y enseguida dio conformidad para acompañarme. La verdad, no había necesidad de llegar muy temprano al pesquero, por lo cual en un horario muy tranquilo durante la semana, y haciendo stop en una estación de servicio para un buen desayuno, llegamos alrededor de las 9 al náutico para esperar a nuestro guía y cargar todas las cosas en el trucker.

Comienzo de la jornada

Enseguida apareció Esteban que, con sus casi dos metros de altura, es muy fácil de divisar. Saludos de rigor, cargamos todo y a bajas revoluciones comenzamos a navegar. Cruzamos el Paraná para entrar al arroyo González, que nos depositaría en el famoso arroyo Salvatierra. Ya durante el viaje cruzamos algunos guías que pescaban en la zona, saludamos y seguimos. Entramos primero a un arroyito sin nombre con muy poca profundidad para comenzar con los primeros lances. Esteban eligió una rana de goma color rosa con anzuelo emplomado; Mariano, una MegaFrog Lures con cuchara; y yo, un Gozio Intruder también con cuchara giratoria delante.

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Paramos sobre una costa y comenzamos los casteos en forma paralela, hacia un lado y el otro. Hicimos unos cuantos tiros sin respuesta hasta que le encontramos el ritmo al reel y ahí pudimos dar con las primeras taruchas, de todos los tamaños. Las mejores tenían 2 kg y las más chicas, alrededor de 40 cm de largo.

El guía nos hizo mover y nos cruzamos de orilla a unos 1.000 metros de donde estábamos. La actividad nunca mermó y la diversión estaba asegurada. De ahí decidimos cambiar de ubicación y navegamos hacia el arroyo Lechiguanas, probando en algunas costas del Salvatierra pero con la idea fija de llegar hasta unos terraplenes que había allí en el delta. Estas pruebas sobre el arroyo que navegamos fueron más que satisfactorias, a tenerlas en cuenta.

Una vez llegados a los terraplenes, junto con Mariano nos bajamos de la embarcación y caminamos hasta encontrar los mejores lugares. El agua totalmente cristalina y con la vegetación justa para que todo fuera un paraíso. Primero el pesquero tenía forma de arroyo y después, en algunos sectores, se formaban unas ollas que prometían lo mejor.

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En la caminata Mariano probaba y pescaba, yo miraba a lo lejos. Me acerqué a la primera olla que se formaba detrás de un camino de tierra y, lanzando una rana de superficie Rubí, empecé a ver los primeros ataques, algunos fallidos y otros concretados. Al ver que podía tener un poco más de profundidad cambié por un Oreno de Alfer’s y les puedo asegurar que era tiro a tiro: un lanzamiento, dos manijazos y pique violento de una tarucha, muy divertido.

A lo lejos veíamos la esbelta figura del guía que venía a buscarnos para cambiar y probar otros pesqueros. Volvimos al trucker y, navegando de regreso, entramos en algún que otro zanjón para seguir con la pesca. Allí, cámara en mano, sòlo traté de tomar imágenes de Mariano y Esteban, que estaban meta clavar ante cada uno de los piques de taruchas que se iban sucediendo. Obvio que algunas erradas también hubo, y ante cada una de esas fallidas vienen las bromas de rigor.

Nos quedaban un par de lugares más para recorrer y era sobre el mismísimo arroyo Salvatierra. Como el viento pegaba sobre una de sus costas, decidimos ponernos en la costa de enfrente, lugar que estaba más reparado y donde veíamos moverse a las tarariras. Otra vez la misma secuencia: lanzábamos en forma paralela a la costa y a los tres o cuatro manijazos explotaba el agua. Tremenda cantidad de piques de tarariras de todos los tamaños. No habíamos comido nada aún, por lo cual, con una marcha lenta, nos preparamos unos sándwiches bien cargaditos y volvimos comiendo.

Sorpresa dorada

Pero esto no termina acá. Sabiendo que nos gusta la pesca con artificiales, el guía nos preguntó si habíamos traído señuelos para pescar dorados. “Sí”, le dijo Mariano al toque, y nos fuimos a probar sobre la costa del río en un lugar donde los palos aceleran la corriente de manera continua. Cambiamos por unos líderes de acero un poco más largos y resistentes, colocando señuelos de paleta 1 y 2. Elegimos bananas de Alfer’s en color cardenal, otro Gozio Bendy 1 en color violeta y negro, y una mojarra NG 90 flúo. Esteban se acercó a la proa para bajar el motor eléctrico y comenzamos con la precisión de los tiros para que nuestros señuelos pasaran justo por delante del palo.

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Siento una frenada del artificial, firme clavada y dorado saltando. Debería tener unos 3 kg, foto y al agua. Después de un ratito le tocó el turno a Mariano, se notaba que era bueno, lo peleó un ratito y se soltó, una pena. Seguimos bajando el río y nuevamente la suerte estuvo de mi lado: pique apenas cayó el señuelo, otra clavada certera y un doradazo de unos 5/6 kg dio el presente. Foto y al agua.

Ya teníamos todo listo y estábamos un poco cansados de tanta pesca, así que decidimos el retorno, obviamente contando todo lo que nos había pasado. Una alegría inmensa volver a San Pedro, el paraíso de la tararira. Pero ojo, también hay dorados, así que podemos tener una jornada muy divertida con peces muy deportivos.






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