Superclásico: un cálculo fino entre el corazón y la cabeza



Se viene el Boca-River, y surgió un debate sobre cuándo comienza la semana previa al clásico. ¿Será cuando termina el otro partido, cuando se retoman los entrenamientos o cuando alguien por primera vez toca el tema? La realidad es que la semana previa al clásico nunca empieza el mismo día para todos, y la diferencia es muy grande en los protagonistas, pero vayamos por partes.

Para el hincha, arranca cuando se instala el tema en la vida familiar: puede ser en la comida, en un trayecto cotidiano o cuando se planifica el fin de semana. Para el periodista, lo define la agenda mediática. Ahora, para el jugador, puede no empezar nunca o aparecer en cualquier momento. Por lo tanto, es un tipo de preparación que no está en ningún manual y que depende tanto del contexto como del involucramiento personal.La primera reflexión para el jugador es: ¿juego o no juego? No es el mismo clásico para Borja, que es extranjero y sabe que está de salida, que para Leandro Paredes, que está involucrado afectivamente y sabe que es su primer superclásico como campeón del mundo, luego de dos empates antes de irse a Europa. Para colmo, el Boca-River de hoy tiene, además, un condimento extra: los dos llegan presionados, y el que pierda puede quedar fuera de la Libertadores. Mucho se habla de “la presión” de jugar un clásico, pero casi nunca se explica dónde está esa presión. La realidad es que puede estar en muchos lugares. En el estadio lleno y bullicioso, aunque dependa mucho de cuán experimentado esté el involucrado. Llegado cierto punto, todo futbolista está acostumbrado a que miles lo insulten o lo ovacionen. Otros piensan que está en la acumulación emocional que se genera alrededor durante la semana en los medios y en la calle: todo el mundo opina, todos quieren influir. El jugador empieza a elegir qué recorridos evitar, en qué horarios salir y a quién atender. Es un mecanismo de protección habitual. A mi criterio, la presión más fuerte es la que surge de adentro y depende de haber nacido dentro de esa rivalidad. Ahí se vive distinto, ya no se juega solo por el club, sino también por la historia familiar. Esa diferencia es más profunda de lo que parece. No es lo mismo que te metan en un clásico a que ya hayas nacido dentro. Por eso, cuando se analiza cómo se prepara un futbolista, la clave no es “si se motiva más”, sino si logra filtrar lo que lo rodea. No es casual que los equipos pidan concentración desde el viernes: es un modo de aislar el ruido, de acotar la exposición y de que cada jugador administre sus propios miedos. Porque todos los tienen, aunque nadie lo diga. El superclásico no lo va a definir el que grite más fuerte ni el historial de victorias. Se definirá a favor del que esté más preciso y haya logrado sostenerse emocionalmente durante estos siete días tensos para dos equipos necesitados de una victoria. Porque el hincha pide garra o huevos; mientras el jugador lo que necesita es claridad y serenidad, ese cálculo fino entre el corazón y la cabeza.





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