Sueño de una noche de museos



“Nessun dorma, nessun dorma…” Turandot Acto III (Giacomo Puccini)

“La cultura marca hoy todo con un rasgo de semejanza”. “Por el momento, la técnica de la industria cultural ha llevado sólo a la estandarización y producción en serie y ha sacrificado aquello por lo cual la lógica de la obra se diferenciaba de la lógica del sistema social”. “Nada debe quedar como estaba, todo debe transcurrir incesantemente, estar en movimiento. Pues sólo el triunfo universal del ritmo de producción y reproducción mecánica garantiza que nada cambie, que no surja nada sorprendente”. “La actual fusión de cultura y entretenimiento no se realiza sólo como depravación de la cultura, sino también como espiritualización forzada de la diversión” (Dialéctica de la Ilustración).

El concepto de “industria cultural”, propuesto en 1944 por la filosofía crítica de Max Horkheimer y Theodor Adorno, parece seguir parapetado, allí, para recordarnos, machaconamente, que también la cultura -en sus más variadas expresiones-, se encuentra desde hace tiempo sometida a las reglas de la sociedad de masas y de la lógica de la igualación que impone la producción en serie.

Nadie duda de la lucidez y pertinencia de esa propuesta que criticaba, a pocos años del fin de la Guerra y cuando Estados Unidos, victorioso en esa contienda, comenzaba a consolidar su liderazgo a nivel mundial, los efectos de la masificación y de la tecnologización en el mundo artístico en particular y del cultural en general.

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Pero con toda la potencia explicativa que en su momento significó, lo cierto es que de ser un concepto que pretendió ser originalmente crítico, la “industria cultural” (ahora en plural) pasó a convertirse, en las postrimerías del siglo XX, en uno no solo desprovisto de su radical intención sino, incluso,como expresión oficial y universal para referirse a las más variadas expresiones del arte y la cultura. En efecto, la industria editorial, la cinematográfica y hasta la del entretenimiento, devinieron variantes de las ahora llamadas “industrias culturales” hacia las cuales direcciones, secretarías y ministerios con esa denominación pasaron a ser las responsables de las políticas culturales dirigidas desde el corazón mismo del Estado.

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Por supuesto, los Museos no escaparían a la advertencia de los filósofos respecto de que “el mundo entero es pasado por el cedazo de la industria cultural”. La llamada nueva museología” se haría eco de esta perspectiva al pasar a considerar al museo no solo como un ámbito “organizado, vivo y didáctico” sino también como “seducción y espectáculo, con numerosos matices y variantes, como pueden ser los propios de una sociedad posindustrial (…) en conexión con ciertos parámetros de una sociedad posmoderna” (Luis Alonso Fernández. Nueva museología). Así, son expresiones ilustrativas de este nuevo museo, la preocupación por los públicos -por aumentar su flujo pero también el desarrollo de estrategias para su más eficaz captación-; la expansión de sus acciones más allá de sus colecciones y sus salas; la programación anticipada y ajustada de muestras temporarias; la producción masiva de piezas editoriales sobre los temas objeto de identidad del museo; el merchandising y los espacios gastronómicos, etc. Y también, el museo de noche o, más precisamente, la“Noche de los Museos”.

Una noche, muchos museos

Como no podía ser de otra manera en tiempos globales, el evento masivo conocido como la “Noche de los Museos” tiene su origen en Europa cuando en 1997, en Berlín, se realizó la primera y, de allí en más, se multiplicó como evento anual en más de 120 ciudades en todo el mundo, realizándose la primera edición en Buenos Aires en 2004.

A su vez, desde aquella primera ocasión, el número de entidades participantes fue creciendo -además de diversificarse ampliamente hasta incluir instituciones que no son precisamente museos en el estricto sentido del término- al ritmo del público que según estimaciones cosechó en la versión del año anterior un número cercano al millón de personas.

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Pero, ¿de qué nos habla la “Noche de los Museos” más allá de haberse convertido en un evento que anualmente acoge en una noche más de diez veces el público que reciben los museos en un día? ¿Qué otras lecturas pueden y merecen hacerse de este acontecimiento cultural y que vayan más allá de la encerrona interpretativa que la idea de “industria cultural” nos brinda para caracterizar este tipo de fenómenos a medio camino entre hecho cultural y de entretenimiento?

Los museos, “curadores” de la oferta

Si entre las misiones fundamentales de un museo, la excluyente es la formulación de propuestas expositivas conceptualmente sólidas, variadas, originales y atractivas a la hora de presentar el universo de sus colecciones -lo que se expresa en la continua invención de renovados “relatos curatoriales”-, las decisiones en torno a lo que ofrecerán en particular durante las largas horas primaverales de la “Noche de los Museos” suele convertirse en el desafío anual de lo que sin duda implica como desafío cotidiano la gestión de un museo.

Es decir, estamos frente a lo que podría definirse, desde el lado de la oferta cultural museológica, como una suerte de “curaduría de la curaduría”.

En la calendarización en torno a la cual suele pivotearse una buena proporción de la planificación de las instituciones culturales, la “Noche de los Museos” suele imponer un redoble de los esfuerzos no solo creativos sino de recursos -humanos y económicos- para garantizar no solo propuestas novedosas específicamente concebidas para ese día, sino también estrategias de captación y bienvenida que la conviertan en un atractivo espacio a ser visitado por la mayor cantidad de gente posible.

La masividad del evento, por su parte, ha agregado un nuevo desafío a los museos: el de manejar diestramente a un público numerosísimo en un espacio y en un tiempo también reducidos. Al igual que en otras industrias culturales, al peso de la gestión de producciones masivas (como por ejemplo la de la industria editorial), se suma el de la gestión de masivos públicos, lo que demanda la puesta a disposición de recursos y energías complementarias a las que definen la razón de ser institucional de un organismo oferente de bienes y servicios simbólicos.

Los públicos, “curadores” de la demanda

Ahora bien, vista desde el público -o más precisamente, desde los públicos, porque en el plural reside una de las cuestiones clave de quienes gestionan cultura en estos tiempos-, esta “Noche” constituye una oportunidad de sentirse parte de un proceso colectivo. En él, la impronta local que lo definió siempre -su carácter de evento citadino- constituye una virtual invitación a intervenir sobre el espacio urbano propio concibiendo, en un marco de plena libertad, un recorrido museístico que no es otra cosa que una selección acotada de un conjunto de espacios heterogéneos desde los patrimonial, lo arquitectónico y lo cultural.

Pero que, a su vez y producto de aquella misma libertad, también lo son los criterios -infinitos, como los de toda posible selección- con los que pueden ser concebidos esos recorridos. Y entonces, esa multivariada selección puede verse como una verdadera estrategia curatorial de quienes están instalados en el lugar de la demanda, de allí que resulte tan difícil abordarla desde los hoy expandidos “estudios de público”.

Pero como se trata este de un tiempo en que cultura y entretenimiento parecen fundirse y confundirse, el hilado que borda una secuencia museística a visitar en pocas horas y una vez al año, debe ser pensada a partir de la comprensión también de los efectos de aquella sociedad que los filósofos críticos tanto criticaron, es decir, como una excusa para las cada vez más indispensables prácticas de sociabilidad en la etapa pospandémica de la sociedad de masas.

Porque para la co-presencia y el sentimiento de ser partícipes en comunidad de un evento que se considera especial; para disfrutar en el encuentro con otros; en la búsqueda de propuestas que sorprendan y en el maravillarse al encontrarlas, las diferentes expresiones de la “industria cultural” suelen convertirse en magníficas excusas. Desde una monumental Feria del Libro -con sus largas filas para llevarse el ejemplar firmado del autor querido- a un concierto en un estadio rebosante, en ese abanico cada vez más variopinto encontramos esta larga y también masiva noche museística.

En una noche paradojalmente igual de fascinante, exigente y extenuante, resulta imposible, sobre el final y entrada ya la madrugada del día siguiente, no experimentar, como el Calaf de la ópera Turandot de Giacomo Puccini, el razonable deseo de que, finalmente, “la noche desaparezca y se desvanezcan las estrellas…”.

La “industria cultural”, por suerte, nos ofrece a quienes gestionamos cultura, la seguridad de que el año próximo, a las puertas del inicio de una nueva “Noche de los Museos”, volvamos a reclamar que “… ninguno duerma”.

*Sociólogo, Doctorando en Ciencias Humanas (UNSAM),Director del Museo Histórico Sarmiento





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