Nepal en llamas: la nostalgia por la figura del «rey-dios» resurge en plena violencia
En medio del caos político que vivió Nepal en los últimos días, el movimiento pro-monárquico comenzó a ganar fuerza, alimentado por la frustración generalizada ante la corrupción política y la inestabilidad económica. Cuenta con el discreto apoyo de un ex rey, Gyanendra Bir Bikram Shah Dev, que era considerado por los budistas nepalíes como la reencarnación del dios Vishnú pero fue derrocado en 2008 tras una guerra civil maoísta -que duró una década y que dejó más de 16.000 muertos- y protestas masivas.
Gyanendra Shah fue un personaje profundamente impopular durante sus siete años de reinado. Azotada por escándalos, la monarquía perdió todo tipo de credibilidad y Nepal se convirtió en una república federal. Pero lejos de mejorar la calidad democrática, desde entonces creció la insatisfacción por la inestabilidad política, la corrupción y el lento desarrollo económico en la nación del Himalaya, de 30 millones de personas.

Las recientes protestas violentas fueron impulsadas por la «Generación Z», miles de jóvenes que estallaron contra el bloqueo temporal en redes sociales establecido por el gobierno y los sucesivos escándalos políticos. Las manifestaciones dejaron al menos 72 personas muertas y 191 heridas, culminando en la renuncia del primer ministro KP Oli. La renuncia, sin embargo, no logró calmar la ira de los manifestantes, que incendiaron el parlamento y otros edificios gubernamentales y de partidos políticos.
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La ira popular había comenzado a manifestarse mucho tiempo antes en protestas masivas, pero hasta ahora pacíficas, en Katmandú. A medida que pasó el tiempo, el movimiento que rechazaba a los políticos fue aprovechado vorazmente por los partidarios del regreso de la monarquía y el rey Gyanendra, ahora de 77 años, capitalizó la cuestión. El ex monarca vio de repente a multitudes clamando por su retorno al trono para restaurar la estabilidad y el hinduismo estatal.
Tras la caída de la monarquía en 2008, los nepalíes se decepcionaron de la república
Nepal fue una monarquía desde el año 1768, cuando el rey gurkha Prithvi Narayan Shah unificó los reinos dispersos en un solo estado, estableciendo una dinastía que duraría más de dos siglos. En el siglo XIX, Nepal mantuvo su independencia frente a las potencias coloniales, firmando tratados como el de 1923 con Gran Bretaña que afirmaban su soberanía. Sin embargo, en 1846, el poder real cayó bajo el control de los primeros ministros hereditarios Rana, quienes aislaron al país del mundo exterior y dominaron a los monarcas hasta 1951.
El fin del régimen de la dinastía dictatorial Rana en 1951 restauró la soberanía a la corona, con el rey Tribhuvana aliándose con fuerzas anti-Rana apoyadas por India. Esto abrió la puerta a experimentos democráticos, pero la inestabilidad persistió y nunca cesó. En 1959 el país adoptó una constitución multipartidista, pero el rey Mahendra la suspendió en 1960, imponiendo un sistema llamado «panchayat», no partidista, donde el monarca ejercía poder absoluto. Los años 1980 atestiguaron violentas manifestaciones pro democráticas que forzaron las reformas hasta la llegada de una nueva constitución en 1990.
Con la década de 1990 llegó la insurgencia maoísta, que inició una guerra civil en 1996 en demandaba el fin de la monarquía y la creación de una república popular. Fue un conflicto sangriento que dejó miles de muertes y exacerbó la inestabilidad política, con frecuentes cambios de gobierno.
En junio de 2001, gran parte de la familia real murió durante una masacre en el palacio real de Katmandú perpetrada por el príncipe heredero Dipendra, que se suicidó esa noche. El asesinato del rey Birendra elevó al trono a su hermano, Gyanendra, un hombre impopular. Muchos sospecharon que el nuevo rey y su hijo habían organizado la masacre.

Gyanendra no tenía espíritu democrático. En 2005 asumió los poderes absolutos, disolviendo el parlamento y declarando estado de emergencia para combatir a los maoístas, pero esto solo avivó la oposición a la monarquía. Al año siguiente, una serie de protestas masivas, conocidas como el «Movimiento Popular», forzaron a Gyanendra a ceder el poder absoluto y reinstaurar el parlamento, pero la monarquía ya estaba herida de muerte.
En 2007, el parlamento aprobó la abolición de la monarquía como parte de un acuerdo de paz con los maoístas, quienes se unieron al gobierno. Un año más tarde, la asamblea constituyente votó por abolir la monarquía de 240 años, transformando Nepal en una república federal democrática.
El despreciado Gyanendra no fue exiliado, sino que se convirtió en un ciudadano común, al principio en relativa oscuridad. A los miembros de la familia real que no se exiliaron se les permitió continuar viviendo en el país y fueron apoyados por un enorme grupo de monárquicos.
Los partidarios de la república se decepcionaron rápidamente. Desde la caída de Gyanendra, Nepal vivió en constante inestabilidad política, con más de una docena de gobiernos en 17 años, rotando entre partidos principales como el Congreso Nepalí, los comunistas y los maoístas. La corrupción, el desempleo y la dependencia de remesas (que representan más del 26% de la economía) erosionaron en tiempo récord la confianza de los nepalíes en el sistema republicano y muchos comenzaron a recordar los «buenos tiempos» de la dinastía Shah.
El resurgimiento pro monárquico en 2025: ¿un impulso para el violento golpe popular?

En marzo, miles de nepalíes recibieron al ex rey Gyanendra en el aeropuerto de Katmandú con consignas como «¡Regresa el rey, salva el país!» y «¡Queremos monarquía!». Los protestantes decían que la inestabilidad política, la crisis económica y la corrupción eran buenos motivos para restaurar un monarca constitucional y declarar a Nepal un «estado hindú». Kulraj Shrestha, que admitió haber protestado contra el rey en 2006, participó de las marchas este año, argumentando que Gyanendra «puede resolver los problemas del país«.
En las semanas siguientes, las manifestaciones por el retorno de Gyanendra al trono se tornaron violentas y los enfrentamientos con la policía de Katmandú dejaron al menos dos muertos y decenas de heridos. Uno de los manifestantes murió por heridas de bala, y un periodista quedó atrapado hasta la muerte en un incendio provocado por los propios manifestantes. El gobierno maoísta impuso un toque de queda y desplegó al ejército para reprimir a las multitudes.
En mayo, miles de nepalíes marcharon nuevamente en Katmandú con el apoyo explícito del Partido Rastriya Prajatantra (RPP), exigiendo la restauración de la monarquía y el estatus de estado hindú. Se oyeron cánticos como «¡Nuestro rey es más querido que la vida!» y «¡Regresa Rey y salva el país!» Pero la opción monárquica no parecía ser la favorita: el partido «realista» hoy tiene solo 13 escaños en el parlamento y enfrenta la oposición de los partidos mayoritarios, que controlan casi 200 de 275 asientos.
En julio, cientos de partidarios de Gyanendra se reunieron en las calles próximas a su residencia con banderas y pancartas, algunos tocando trompetas tradicionales y tambores, para celebrar el cumpleaños del ex rey. «Le deseo una larga vida y espero ver el retorno de la monarquía pronto», declaró Prajuna Shrestha, una empresaria de 33 años.
Al llegar septiembre, la inquietud social se intensificó. Desencadenadas por jóvenes, al principio las protestas apuntaban contra el bloqueo de 26 plataformas de redes sociales (incluyendo WhatsApp y YouTube), pero se transformaron rápidamente en una revuelta contra la corrupción y la élite política, marcada por escándalos como el desvío de US$71 millones en la construcción del aeropuerto de Pokhara.
Los jóvenes manifestantes también apuntaron especialmente contra los «nepokids», criticando el lujoso estilo de vida lujosos de hijos de políticos en un país donde uno de cada cuatro vive en pobreza. Más del 20% de los jóvenes nepaleses de entre 15 y 24 años están desempleados, según datos del Banco Mundial, mientras que el PIB anual por habitante roza los 1.450 dólares.
El 8 de septiembre las fuerzas de seguridad reprimieron, matando a 19 personas e hiriendo a más de 100. Al día siguiente, la cifra aumentó a 22 muertos, con manifestantes que incendiaron el parlamento, la Corte Suprema y la residencia del primer ministro KP Sharma Oli, cuya esposa resultó gravemente quemada y murió días después. Los manifestantes usaron granadas y rifles, liberaron presos (más de 12.500 reos que escaparon de las cárceles durante los disturbios siguen fugados) y forzaron evacuaciones en helicóptero.
El 9 de septiembre, el primer ministro Oli anunció su renuncia al cargo «para que se puedan tomar medidas con vistas a una solución política» y el ejército asumió el control en Katmandú. Líder del Partido Comunista de Nepal, Oli había gobernado durante cuatro mandatos desde 2015 y es un ejemplo de esa élite de mandatarios cuya partida exigen los jóvenes nepalíes.
Las protestas de los primeros días de septiembre se centraron en la corrupción de la casta política, pero el movimiento pro monárquico aprovechó el caos y presentó a Gyanendra como una alternativa a la «furia» que derribó a Oli. En meses recientes, amplias secciones de la sociedad habían recibido con vítores al ex rey en manifestaciones callejeras y lo aclamaron como un «unificador» del pueblo por encima de la política corrupta.
La nostalgia monárquica está especialmente arraigada en los adultos y ancianos que vivieron en relativa estabilidad durante los reinados de los reyes Mahendra y Birendra, en la segunda mitad del siglo XX. El experto Yog Raj Lamichhane, profesor adjunto de la Escuela de Negocios de la Universidad de Pokhara, aclaró a la cadena árabe Al Jazeera que los jóvenes no demandan específicamente el retorno de monarquía, pero que el «fracaso» republicano les plantea interrogantes: ¿La restauración bajo Gyanendra devolverá a Nepal la estabilidad que el país necesita desesperadamente?
El astuto silencio del rey Gyanendra, una alternativa a la furia popular

Nacido en 1950, Gyanendra fue duodécimo «maharajadhiraja» de la dinastía Shah y reinó dos veces en Nepal. En un primer reinado, cuando era un niño de tres años, fue instalado por su abuelo como un «rey títere» inconsciente de las fuerzas reaccionarias que rodeaban al trono. En 2001, a los 53 años, volvió a reinar bajo la conmoción del asesinato colectivo de miembros de la familia real, en una tragedia que recordó la matanza de los Romanov de Rusia en 1918.
Desde que se abolió la monarquía en 2008, el ex rey vivió como ciudadano privado, pero recientemente sus apariciones públicas comenzaron a atraer más seguidores. Su residencia principal es Nirmal Niwas en Katmandú y en 2024 comenzó a pasar más tiempo en un pabellón de caza llamado Hemantabas, ubicada en las colinas de Nagarjun. Su anciana madre, la reina Ratna, de 94 años, todavía vive en el antiguo palacio real de Narayanhiti y es una figura reverenciada por casi todos los nepalíes.
A pesar de su destitución, el ex rey logró conservar una base de partidarios mayormente unidos por la frustración provocada por la inestabilidad política, la corrupción y el estancamiento económico. Muchos nepalíes, especialmente los monárquicos, siguen viéndolo como un símbolo de estabilidad y tradición y su presencia en algunos eventos públicos en los últimos meses alimentó las especulaciones sobre un «movimiento» político para su retorno al trono.
Gyanendra no participó directamente en las protestas ocurridas en Katmandú y evitó pronunciarse al respecto. Pero a principios de este año, el entonces primer ministro Oli había acusado abiertamente al ex rey de incitar a la violencia durante un acto a favor de la monarquía. El ex monarca respondió llamando a la paz y defendiendo los valores democráticos.
Después de que violentas protestas a favor de la monarquía tuvieran lugar en Katmandú, el gobierno local multó a Gyanendra por daños ambientales y destrucción de propiedad pública alrededor de su residencia en Nirmal Niwas. Cuando otra de las manifestaciones pro monárquicas se volvió violenta, el gobierno federal redujo la seguridad alrededor de la residencia del ex rey y aumentó la vigilancia de sus movimientos.
Nepal nombró a Sushila Karki como premier interina: es la primera mujer en ocupar ese cargo
Después del estallido del 8 de septiembre, Gyanendra emitió una inusual declaración pública en la que expresó su pesar por las muertes e instó a los manifestantes a permanecer pacíficos. «Es extremadamente trágico y condenable que, en lugar de abordar las demandas legítimas de la generación más joven, se perdieron vidas y muchos resultaron heridos», dijo.
El ex monarca condenó la violencia en las calles argumentando que «va en contra de la norma de la sociedad pacífica nepalí», pero de todos modos aprovechó para reconocer que las demandas de los manifestantes de un buen gobierno y disciplina económica son legítimas y advirtió contra el riesgo de que elementos externos exploten los disturbios.
Lo más probable es que el rey Gyanendra cobre un mayor protagonismo en los próximos meses, mientras Nepal intenta apagar las llamas de la violencia y volver a la normalidad. El 14 de septiembre, la expresidenta del Tribunal Supremo Sushila Karki fue nombrada primera ministra interina y deberá liderar la restauración del orden en el país.
Muchos nepalíes se mostraron confiados con que el gobierno traiga un cambio. Pero los expertos advierten en que la disolución del Parlamento y el llamado a elecciones generales para el 5 de marzo de 2026 podría evolucionar hacia mayores reformas. Si la crisis social persiste, y los políticos no logran pronto colmar las expectativas de los jóvenes de la Generación Z, el llamado popular por la restauración del rey Gyanendra en el trono podría fortalecerse.