Los Quirno, el linaje inmune a la Historia

Dos siglos y el mismo apellido en el corazón del poder. De la lealtad al Virrey a la dependencia de Estados Unidos de Milei, los Quirno representan la constante de la élite argentina: la habilidad de sobrevivir a cada quiebre, cambiando de discurso sin modificar el fondo.
El nombramiento de Pablo Quirno como Canciller de Javier Milei, hombre de la banca y de la estricta confianza de Luis Caputo, no es solo una movida de gabinete; es un flashback histórico. El apellido Quirno, atrincherado en los puestos clave del poder y la diplomacia, reaparece justo cuando la política argentina atraviesa uno de sus momentos más rupturistas.
En los últimos días, Pablo fue quién compartió, a través de X, fragmentos de un acta del 22 de mayo de 1810, tras ser confundido en esa red social con José Luis Daza y ser señalado de ser nacido en Chile.
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El análisis de este linaje no habla tanto de mérito, sino de pervivencia estructural. Ellos son la prueba de que, en Argentina, la revolución cambia los símbolos, pero la élite que administra el poder siempre se recicla.
1810: Norberto, la Lealtad al Cheque y la Corona
Norberto de Quirno y Echandía es el antepasado fundacional de esta constante. Su intervención en el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 es la de un patricio que prioriza la caja sobre la épica. Mientras la plaza bullía por la soberanía, Quirno votó por la continuidad del Virrey Cisneros, sumándose a la postura más conservadora.
La lectura crítica es simple: Quirno no temía a España; temía al desorden. Su voto no fue ideológico, sino pragmático: el quiebre institucional amenazaba los negocios del comerciante. Él representó la élite que siempre optó por la estabilidad que garantiza el statu quo, aunque fuese colonial. La patria podía esperar, la balanza comercial no.
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Fin de Siglo XIX: Norberto Camilo, el Arquitecto de la Oligarquía medio siglo después, el linaje se consolida en el apogeo del poder conservador. Norberto Camilo Quirno Costa, nieto del comerciante, no fue un simple funcionario: fue un pivot de la Generación del 80.
Su paso por la Vicepresidencia de la Nación y múltiples Ministerios (Interior y Relaciones Exteriores) bajo la presidencia de Julio Argentino Roca lo ubican como un arquitecto del Estado oligárquico. Fue un diplomático clave que ayudó a trazar fronteras y a consolidar la Argentina agroexportadora que rigió durante décadas.
Esta generación de Quirno encarnó el «conservadurismo modernizador»: utilizaron la ley, la diplomacia y el poder político para asegurar la supremacía de la élite terrateniente y comercial, cerrando el sistema a la participación popular. La misma prudencia del Cabildo se transformó en la disciplina del régimen.
2025: Pablo, el Banquero que modera la furia libertaria, la tercera generación de Quirno en la cima es la más actual. Pablo Quirno Magrane, hombre con un pasado en JP Morgan y Secretario de Finanzas, llega a la Cancillería en un rol que remite, irónicamente, al de su tatarabuelo: contener la revolución.
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Javier Milei llegó prometiendo dinamitar el statu quo ideológico (ruptura con China, Brasil y el BRICS), pero necesitó un Canciller que ponga orden. Quirno no es un diplomático; es un gestor de riesgo financiero. Su misión es clara: asegurar que la política exterior no arruine el plan económico de Luis Caputo, su mentor.
Si Norberto de 1810 buscaba que la Revolución de Mayo no arruinara el comercio, Pablo de 2025 busca que la retórica libertaria no arruine el acceso al crédito, las inversiones y los swaps con China. El linaje no cambió la lógica: el poder se modera para preservar la economía. Quirno es la ficha que Milei debe jugar para decirles a los mercados: «La locura es solo discurso, el negocio está a salvo.»
El caso de los Quirno es el de la «casta» que se adapta. Han sido leales a la Corona, arquitectos de la oligarquía y ahora moderadores del anarcocapitalismo. En cada caso, su rol fue el mismo: garantizar que el edificio no se derrumbe del todo y que el control de la riqueza quede en manos de los mismos sectores.
Dos siglos separan el Cabildo del Palacio San Martín, pero el idioma del poder y la prudencia de la élite conservadora sigue siendo el mismo.
RM/fl
