Leo Travaglio, fundador de Esperanto, recordó las noches con el Comandante: “Hubo una era Ricardo Fort»
Ricardo Fort hubiera cumplido 57 años este 5 de noviembre. Nacido en Buenos Aires en 1968 e hijo de la familia propietaria de Felfort, Ricardo irrumpió a mediados de los 2000 en la televisión y la noche porteña decidido a convertirse en famoso. Lo logró a fuerza de presencia, carisma, reality personal antes del boom de las redes y una narrativa propia que lo convirtió en símbolo de una época. Falleció el 25 de noviembre de 2013, a los 45 años, tras una internación en el Sanatorio de la Trinidad de Palermo.
Ricardo Fort encarna hoy un tipo de celebridad que se volvió norma mucho después: vida documentada, estrategia de marca personal, búsqueda de autenticidad emocional y culto a la imagen. En tiempos donde reina la “influencia” y el deseo de viralidad, su figura opera como espejo y, también, como advertencia.
En este aniversario su recuerdo circula entre memes, homenajes espontáneos, frases convertidas en cultura pop y hasta productos coleccionables. Podríamos preguntarnos qué hubiera sido de Fort en la era del streaming y TikTok. Lo cierto es que vivió y murió «a su manera», parafraseando a la canción que tanto le gustaba cantar.
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Su figura, que en vida osciló entre la excentricidad, el glamour y el desconcierto mediático, hoy se revisita sin ironía: desde tazas y stickers hasta remixes, murales y merchandising. Fort es citado como precursor de los influencers, del branding personal y de la autoproducción de fama. Fue una estrella hecha a sí misma en tiempos previos a TikTok y las stories.
En ese camino, Esperanto, el legendario club nocturno de Palermo, fue una estación clave. “Ricardo entendió que la noche era su escenario”, recuerda Leo Travaglio, su fundador, en diálogo con PERFIL. “Era anfitrión, caprichoso, magnético y profundamente sensible. Quería ser una estrella, y lo fue”.
Entrevista de PERFIL a Leo Travaglio: «Fue un emergente cultural único»
—¿Qué es lo primero que se te aparece cuando pensás en Ricardo Fort?
—Cuando me acuerdo de Ricardo pienso en una época muy puntual, en la que él fue absolutamente protagonista. Esperanto tuvo muchos años y distintos momentos, pero hubo una “era Ricardo Fort”. Así como hubo una era (Gerardo) Sofovich o una era Ogro (Cristian) Fabbiani, él tuvo la suya, y fue la más emblemática.
Tenía una personalidad muy especial, muy particular. Era muy anfitrión, el alma de la fiesta, pero también era como un niño rebelde: había que estar atento, porque siempre podía aparecer con un capricho nuevo, una ocurrencia o una exigencia inesperada. Había que saber acompañar esa energía.

Yo lo recuerdo con mucho cariño, con mucha nostalgia y, a veces, con bronca. Porque éramos de la misma edad —él era unos meses más joven que yo— y que ya no esté me da bronca de verdad. Hablé muchas veces con él y trataba de decirle que se cuidara, que descansara, que comiera bien. Desde mi lugar, de dueño de boliche, es un poco contradictorio, porque esas charlas se daban a las cuatro de la mañana (ríe).
Tenía una energía muy particular, magnética, inagotable. Había que seguirle el ritmo, pero también admirarlo. Fue un protagonista de esa etapa y, sin dudas, parte importante de mi vida.
—¿Creés que la mirada sobre él cambió con el tiempo?
—Sí. Tenía las condiciones para ser una gran estrella y, cuando lo logró, algo lo trabó. Esta es una opinión muy personal: creo que luchaba con su propia imagen, con aceptarse. Podría haber sido enorme, pero tenía una lucha constante consigo mismo.
Pero bueno, yo creo que hoy la gente lo recuerda como un ícono de moda. Como alguien que rompió desde lo estético, que generó simpatía y fanatismo, y que después, por alguna razón, se autodestruyó. La diferencia es que hoy se lo mira con otro cariño, con más comprensión. En ese momento era un personaje, ahora es parte de la cultura pop.
—¿Cuál fue el rol de Esperanto en esa construcción?
—Fundamental. Cuando volvió de Miami decidió hacerse famoso y sabía que tenía que pasar por Esperanto. Lo apalancó: ahí estaban productores, periodistas, actores, deportistas. Le armé un VIP con la “F” de Ford. Fue un mimo. Era un espacio donde se graduaban los nuevos famosos.
—Si tuvieras que definirlo en una frase…
—La gente no se va a olvidar de él. Fue un emergente cultural único. Disruptivo, personal e icónico. Su figura se va agigantando con el tiempo.

Leo Travaglio: de la era Esperanto a un nuevo escenario
Durante la década de 2000, decir «Esperanto» era hablar de aspiración, códigos nocturnos y un ecosistema donde convivían futbolistas, modelos, productores, actores, jueces, DJs internacionales y el público que quería ver —y ser— parte de esa escena. Fue allí donde Ricardo Fort entendió que la fama también podía construirse en la noche, y donde empezó a poner en marcha el personaje que, más tarde, conquistaría la televisión y se volvería mito.

Travaglio lo recuerda como un anfitrión nato y un torbellino imprevisible. “Ricardo era el alma de la fiesta”, dice. A aquellas madrugadas —contó— las rodea un catálogo de anécdotas que hoy parecen inverosímiles: Sergio Dalma cantando sobre una mesa después de llenar el Gran Rex, los Black Eyed Peas tomando mate en un VIP a las cuatro de la mañana, figuras internacionales cayendo “de incógnito”, el juez Norberto Oyarbide bailando en el caño, y hasta cruces que terminaron en escándalos como el de Amalia Granata y el Ogro Fabbiani en la puerta del local. Todo eso convivía en un mismo código: lo que pasaba en Esperanto, quedaba en Esperanto.
En 2015, Travaglio decidió cerrar el boliche. “Fue una decisión personal, no comercial”, explica. El ritmo, la energía y el tipo de exposición que implicaba ya no lo representaban. El creador del “club nocturno más conversado de Buenos Aires” eligió otro camino: menos noctámbulo, más creativo.

Hoy dirige Gorriti Art Center, un espacio pensado para la experiencia artística y el entretenimiento con producción propia, y desarrolla dos espectáculos: Fiesta Forever, un musical que recorre los 70, 80 y 90, y La Cena Secreta, una propuesta sensorial y teatral para parejas. En paralelo, se dio el gusto que arrastraba desde la adolescencia: su proyecto musical solista, con temas propios disponibles en plataformas y presentaciones en vivo.
“Después de tantos años de poner escenarios para otros, un día me pregunté cómo podía ser que no estuviera tocando yo ahí”, cuenta Travaglio. Desde entonces, explora ese costado artístico desde un lugar distinto: lejos del ruido de la noche, pero con la misma pulsión creativa.
ML
