Las bengalas y nuestra colonización pedagógica



Nos hicieron tan mierda, nos pasteurizaron tanto nuestra cultura y nuestras liturgias que, en estos días, muchas personas se escandalizaron porque la hinchada de Racing prendió bengalas a los 15 minutos del segundo tiempo, lo que generó la interrupción momentánea del partido. Quienes se enojaron fueron, en su mayoría, hinchas de Racing que aludían que la propia gente obturó o enfrió una supuesta mejora del equipo en un momento crucial (cuando en realidad, en el segundo tiempo, ni antes ni durante ni después, Racing pateó al arco de Armani).

Algo de contexto, por si a alguien se le escapa: duelo de cuartos de final de la Copa Argentina, jueves a las 18 en el Gigante de Arroyito de Rosario, 18 mil personas de River de un lado, 17 mil de Racing del otro. Un día y un horario que parecía elegido para evitar que fuera la gente en masa, pero así y todo miles de personas se trasladaron para ver un partido que prometía y cumplió, al menos en lo que respecta al morbo y la pica que se había generado entre los dos planteles.

En una época en la que nos acostumbramos a ir a estadios que no reciben visitantes, miles de hinchas se movilizaron por un recorrido diseñado para que los micros que partían desde Avellaneda fueran por la Ruta 8 y los que salían desde Núñez, lo hicieran por la Ruta 9. No había un público visitante, sino dos. Y la ciudad destino era una especialmente futbolera, donde la rivalidad y la pasión que generan sus dos clubes –Central y Newell’s– acaso sea la más marcada del país.

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Y no pasó nada.

No hubo enfrentamientos, no hubo peleas. Todo lo contrario: desde la mañana, la postal de la calles de Rosario ofrecía hinchas de Racing y de River que compartían restaurantes y caminatas por la Costanera del Río Paraná. Incluso la Policía, que siempre está dispuesta a reprimir y pegar por las dudas, estuvo relativamente tranquila, más allá de algún maltrato o de algún oficial tirando su caballo para intimidar a la gente en los accesos al estadio. Digo esto porque creo que se perdió de vista que todo salió relativamente bien.

Pero las bengalas en la tribuna de Racing generaron el debate contrafáctico que tanto nos gusta dar. La ucronía de las bengalas: qué hubiese pasado si la barra no las prendía, qué hubiese pasado si el humo no hubiera demorado el córner a favor de Racing.

Obviamente, no estaría escribiendo esto si el imbécil que tiró una bengala de la tribuna alta a la baja, donde también había hinchas de Racing, hubiese generado algo más que un susto o un insulto. Esto no es una defensa de la barra de Racing –nada más lejos–, ni de la estupidez: es –trata de ser– una defensa de nuestra idiosincrasia. Algunos pueden decir o creer que la hinchada no es la protagonista del juego. Y tienen razón. Pero hace años que en Argentina, la elitización del fútbol generó también la marginación de sus hinchas y sus hinchadas: los equipos salen juntos a la cancha para que la organización de los torneos venda su arco publicitario; el recibimiento –que antes era con papelitos, serpentinas, globos– ahora está tercerizado en una empresa que vende humos de colores a todos los clubes; y hasta el inicio del partido tiene su branding. Jauretche lo llamó colonización pedagógica: un proceso de alienación donde las élites intelectuales, económicas y culturales, influenciadas por costumbres extranjeras, imponen su visión del mundo a través de la educación y otras instituciones. En “otras instituciones” podría entrar, obviamente, el fútbol. La cultura del fútbol.

Las bengalas en la tribuna de Racing fueron una interrupción a eso: un regreso a nuestro fútbol: cuando había duelo de hinchadas, cuando el contorno de un partido también era motivo de orgullo. Gracias a la hinchada de Racing, a eso volvimos, al menos por un ratito, el jueves.





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