La inexorable «Ley del ex»: cómo influye en los futbolistas



Enfrentar a un ex club es una experiencia que moviliza a cualquier futbolista, incluso a aquellos que atraviesan su carrera con una lógica estrictamente profesional. La semana previa al partido cambia, la energía es distinta y aparecen emociones que, aunque intenten filtrarse, afloran inevitablemente. Si hubo buena relación, la semana se vive con tranquilidad; si hubo roces, la previa se carga de algo más.

Ese “algo más” quedó en evidencia en recientes cruces que involucraron conflictos entre futbolistas y sus antiguos compañeros o dirigentes. Situaciones como la de Maximiliano Salas o el Huevo Acuña muestran que la forma en la que un jugador se va de un club influye profundamente en cómo vive el regreso. No es lo mismo marcharse porque el club te invita a hacerlo que irse por una oportunidad mejor. En el primer caso, la sensación de revancha aparece casi de manera automática; en el segundo, es el club o sus hinchas quienes pueden sentir traición o bronca.

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Desde adentro, la mirada es distinta a la del hincha: Mientras seas respetuoso, nadie puede enojarse porque busques crecer. Esto es un trabajo. Pero más allá del aspecto emocional, enfrentar a un ex equipo también impacta en el rendimiento. Muchos jugadores viven esos partidos como oportunidades para demostrar su valor. No es solo profesional, es personal. Es demostrar que valés.

El fenómeno se mezcla también con el proceso de autoconocimiento del futbolista: sus límites, sus posibilidades y el desafío de competir en un entorno distinto. El jugador siempre quiere ir a un lugar incómodo para crecer. Buscar un techo, y cuando lo encuentra, intentar romperlo. Por eso, muchos ven ese partido especial como una medida exacta de su evolución.

Finalmente, entre vínculos afectivos, desafíos personales y viejas heridas, una cosa queda clara: para un futbolista, enfrentar a su ex equipo nunca es un partido más. Es un reencuentro con lo que fue, con lo que quiso ser y con lo que ahora necesita demostrar. Y esa mezcla, dicen los que estuvieron ahí, convierte esos 90 minutos en algo emocionalmente único.





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