La cobardía ante los insultos es peor que la aceptación o el temor

Quiero iniciar esta columna fijando mi posición sobre el interminable y creciente alud de insultos, diatribas, descalificaciones y otras excrecencias que invaden la conducta discursiva de las máximas autoridades de este gobierno, sus protagonistas pagos o amateurs en las redes, fijando como objetivos a quienes piensan distinto. Ya superó lo soportable: a diferencia de comunicadores elegidos por el poder actual para difundir sus mensajes de manera acrítica y –peor aún– elogiosa, confieso que en más de medio siglo de ejercicio activo en esta profesión, he sido testigo de gobiernos de facto, dictaduras, golpes militares y económicos, pero nunca haber visto y escuchado esto.
El portal periodístico The Conversation.com, un referente en esta profesión, dedicó buena parte de un artículo al análisis de las ofensas surgidas desde gobiernos o sectores de gran poder. Dice: “El uso de ofensas en la política no parece ser una moda pasajera, sino una tendencia sistémica. Para los estudiosos, reflejan una carencia de recursos expresivos más elevados; para la estrategia política, es un camino corto para conseguir atención, que se tolera cuando se ve como una respuesta directa y emocional frente a una política que se considera demasiado clásica y burocrática. El insulto ha pasado a ser percibido como una señal de que los políticos se levantan del escaño, se mezclan con la calle y hablan como la gente corriente. El populismo ha exacerbado esta situación, utilizando “malos modos” para desafiar las formas institucionales”. Reconoce The Conversation que el empleo del recurso “está dando buenos resultados” en lo que pueden considerarse éxitos electorales o respaldos populares a sus acciones.
“El lenguaje político tiende a volverse extremo y polarizante para ganarse el codiciado interés de la audiencia y los insultos son un recurso para ello”, sintetiza el artículo.
Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
La mirada de este ombudsman sobre la Inteligencia Artificial es en parte crítica y en parte (la mayor) alarmada ante su influencia. Debo reconocer, sin embargo, que puede ser un recurso valioso por su capacidad de sintetizar ideas que, de otro modo, serían desarrolladas en kilométricos ensayos. Recurrí a la IA para buscar en ella respuestas a la creciente catarata de insultos de Javier Milei, sus subordinados, amanuenses, aplaudidores y trolls rentados. Resultado:
“El uso del insulto en el lenguaje de los gobernantes puede tener diferentes consecuencias: *Descalificación del oponente: buscan atacar la persona en lugar de las ideas o propuestas, define la Asociación de Comunicación Política, una organización integrada por estudiosos y académicos de la materia.
Polarización del debate: El lenguaje extremo y polarizante, que incluye insultos, puede dificultar el diálogo y el consenso.
Desgaste de la figura del gobernante: El uso constante de insultos puede generar una imagen negativa del gobernante y erosionar la confianza del público.
Impacto en la opinión pública: Los insultos pueden afectar la percepción que la ciudadanía tiene de los políticos y del sistema político en general.
Falta de respeto y descalificación: El insulto es una forma de comunicación poco constructiva, que no contribuye a un debate político sano y democrático.
En resumen, si bien el insulto puede ser una herramienta para expresar desaprobación, su uso excesivo puede generar más daño que beneficios, tanto para el gobernante como para la democracia en general”.
Este aporte de información está destinado a aportar mayores recursos a los lectores de PERFIL para una mejor comprensión de lo que observan cotidianamente en los medios, incluyendo este diario. Quiero agregar algo que me inquieta cada vez más: por aceptación, temor o cobardía, buena parte de los generadores de opinión se acercan cada vez más a la complicidad. Ser cómplice, muchas veces, es peor que ser generador de estos insultos a la democracia.
