Jugada ganadora: fondo rendidor, mimosos en cardumen


En la inagotable tarea que nos convoca número a número, siempre con la idea de mantenernos pegados a la pesca actual –esa que va alternando especies y modalidades al ritmo de las estaciones y los distintos ámbitos– tenemos un aliado incondicional. Un curso sin el cual la realidad sería otra y las expectativas, mucho menores. Hablamos, claro, de nuestro legendario Río de la Plata: referente para propios y extraños, alternativa de fierro para todos los pescadores y fuente inagotable de información y opciones.

Hoy el estuario transita el auge del pejerrey en una temporada particular: abundante en cantidad, algo más mezquina en tamaños de los que uno pretende, aunque con un repunte que ya asoma en la zona Norte y promete su apogeo en septiembre, también hacia el Sur.

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A la par, gana escena el bagre de mar (mimoso o mochuelo), especie que vive habitualmente en el mar y se introduce en el estuario para completar su ciclo reproductivo. El proceso se cierra a fines de octubre y, luego, regresa al mar. Los primeros ingresos se notan desde fines de julio; en ese momento muchos lo menosprecian por la plenitud del pejerrey, pero los mimosos ya se van estableciendo en pozos profundos, generalmente barrosos, y remontan el río en cardúmenes. Las hembras cargan las huevas en desarrollo y buscan las estribaciones de los ríos Paraná y Uruguay para el desove, la fertilización y el nacimiento de las crías. Nacidos los alevinos, los machos los transportan en la boca durante el retorno al mar, motivo por el cual se sostiene –con bastante fundamento– que, en ese viaje de octubre a fines de noviembre, los machos no pican.

Con ese bagaje de experiencia y un resquicio de medio día, nos fuimos al agua. Atendiendo a nuestra convocatoria para pescar a fondo –modalidad de la que somos entusiastas cultores– armamos tripulación con Alberto Frontoni, Eduardo Lamolla y nuestro guía Javier Pity Sancho. El punto de partida fue el puerto de Atalaya: allí botamos la embarcación temprano, dimos el parte de salida y pusimos proa a río abierto.

La mañana se presentó como estaba pronosticado: despejada y sin viento, condición que empezaría a cambiar al mediodía. El río ofrecía una navegación cómoda, nivel alto para lo habitual y una bajante en sus últimas horas, con agua corriendo con fuerza. Rumbeamos con el GPS a Punta Indio hacia un punto preestablecido –las concentraciones de mochuelos se dan en puntos específicos del lecho y conviene llegar sabiendo dónde anclar–, y arribamos tras 40 minutos de marcha sostenida.

Con la correntada en su punto, anclamos para quedar bien posicionados. Las líneas tocaron el agua enseguida: la mayoría de los equipos ya estaban listos, con cañas de variada de 6 a 8 pies, acción media; reeles frontales o rotativos cargados con monofilamento 0,40–0,45 mm o multifilamento 40–45 lb (1 lb = 0.453 kg). La línea es tan simple como efectiva: plomo pasante sobre el nylon del reel (o sobre una madre de 1 m en 0,50 mm), esmerillón y brazolada de 1 m con anzuelo de abertura mínima 28–30 mm.

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La carnada es anchoíta fresca combinada con calamar. Se coloca la anchoíta entera en el anzuelo y la cola sobre la brazolada, sujetando el conjunto con hilo elástico; se remata en la lanceta con un trozo de calamar –tentáculos o colas cortadas en flecos– para aportar movimiento y sabor al conjunto.

A poco de lanzar, la primera corrida firme llegó en la caña de Javier, que con un cañazo certero nos regaló la primera emoción del día: un mimoso de muy buen tamaño. Casi en simultáneo, Alberto clavó otro pique y concretó otro mochuelo respetable. Vale remarcarlo: la pesca de mimosos depende inexorablemente de una correntada adecuada, y en ese momento se cumplía. Los piques se fueron sucediendo con buenos ejemplares; Eduardo y quien escribe repitieron con asiduidad una vez que le tomaron el timing al cañazo, con bagres de mar de entre 2,5 y 5 kg.

Esta es una pesca de fondo: el mimoso suele navegar a media agua, pero baja al lecho para alimentarse. Si pescamos a favor de la corriente, el pique se lee en cabezazos. Si lo hacemos contra la corriente, lo que se nota es un aflojón: el pescado levantó el plomo y ganó la fuerza del agua.

Consensuado el cierre, a las tres de la tarde ya estábamos en tierra. Jornada breve y rendidora de bagres de mar, con expectativas cumplidas. Una vez más, el Río de la Plata –con Atalaya y Magdalena como puertas de entrada– nos ofrece una alternativa inmejorable y una invitación permanente a una pesca atractiva. Hay dónde elegir, pero el estuario siempre da la gran oportunidad.

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