Javier Bellomo y la rebeldía biométrica en Chile



En el sereno entorno rural del Valle del Aconcagua, Chile, el Museo Arte al Límite abre sus puertas a una indagación tan urgente como poética: “El rostro como medio y reflejo: la rebelión biométrica”.

Curada por Marisa Caichiolo, esta muestra colectiva -tercera propuesta expositiva del espacio- convoca a artistas de diferentes partes de Latinoamérica a cuestionar la creciente hegemonía de los algoritmos de reconocimiento facial.

El rostro, antes solo espejo del alma, se alza hoy como campo de batalla, un acto de resistencia.

En este contrapunto entre lo humano y la máquina, el artista visual cordobés Javier Bellomo Coria inscribe su obra, desbordando los límites de la fotografía para adentrarse en la materialidad y el espacio.

Radicado en Unquillo, Bellomo teje un relato donde la imagen es un punto de partida para la experimentación, transformando el registro en pieza objetual.

Cuerpo, símbolo y juego

Las obras que Bellomo presenta en la muestra chilena son un anclaje, una repetición meditada que revela la médula de su proceso creativo. El artista confiesa que su práctica es una bitácora temporal inscripta sobre sí mismo: “Las obras se centran en una manera de anclar mi trabajo a lo largo del tiempo. Repito una acción concreta: hago un autorretrato en el cual involucro mi rostro en diálogo con algún elemento simbólico del tema en que estoy trabajando. Es como si mi torso y mi cabeza fueran un maniquí, que siempre tengo a mano, sobre los que voy haciendo pruebas”.

Schvartz-Stupía, un diálogo pictórico que hace historia

En este juego de espejos y velos, el rostro rara vez es el protagonista absoluto; más bien se retira, cediendo el paso a la temática. “Usualmente mi rostro, o parte de él, queda escondido detrás del objeto, como si la condición de ser quedará relegada detrás de lo que acontece, el tema de trabajo. Siempre planteado como una especie de juego”.

Cuando la imagen se vuelve cuerpo

Junto a las imágenes directas, Bellomo presenta una instalación que es el culmen de su exploración matérica. Se trata de una acción manual, casi alquímica, donde la fotografía trasciende su bidimensionalidad para erigirse en objeto.

La imagen es transferida a un papel frágil, liviano -papel sulfito de seda-, que luego es manipulado en una superposición de capas hasta alcanzar la forma final.

El artista describe esta metamorfosis como una búsqueda constante: “Ahí la imagen fotográfica se convierte en cuerpo, traspasa su propio límite, la bidimensionalidad del papel, para conformar un objeto que combina otras variables no necesariamente relacionadas a la fotografía. El tema de los límites, y la manera sutil de poder traspasarlos, es casi un eje sobre el que mi obra se va moviendo”, define.

En esta transferencia manual, plástica, la imagen fotográfica se convierte en una trama casi textil, una metáfora visual de lo que se esconde y lo que se revela, resonando con el espíritu de una muestra que indaga en las fronteras, cada vez más porosas, entre lo humano y lo digital.





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