Estabilidad, apertura y productividad: el círculo virtuoso del empleo



En materia de empleo, la Argentina enfrenta una combinación incómoda: estancamiento del trabajo privado registrado, alta informalidad y una proporción creciente de trabajadores pobres. La macro resiste, pero no tracciona movilidad social ni productividad. Salir de esa trampa exige algo más que estabilizar precios: hace falta un sendero de crecimiento que vuelva rentable contratar en blanco y que ofrezca trayectorias salariales consistentes con aumentos de productividad.

El primer diagnóstico es histórico. Desde hace más de una década, el empleo asalariado privado se mueve en mesetas que cualquier shock macro aplana. Lo que sí creció fue el trabajo independiente de baja escala y la informalidad: válvulas que sostienen la ocupación a costa de salarios reales magros y menor cobertura. Tener trabajo dejó de ser garantía de no ser pobre. La “crisis” no es solo de cantidad, sino de composición y calidad.

La estabilización es condición necesaria, pero no suficiente tanto para el crecimiento de la actividad económica como para la creación de empleo privado. Desinflación, orden fiscal y menor riesgo país son el piso: sin tasas y primas razonables no habrá inversión ni empleo formal. Pero, aun con una macro más calma, el empleo formal puede que no despegue, la explicación está en la productividad y en el costo (y el riesgo) de contratar. Las empresas invierten y toman personal si el valor que agrega un trabajador extra supera el costo total de emplearlo: salario, contribuciones, litigiosidad esperada, rigideces operativas. Con costos “no salariales” impredecibles, la decisión racional es automatizar o permanecer chico.

El impulso a una mayor apertura comercial entra en esta discusión por la puerta grande: sube productividad y baja precios de transables –algo clave para hogares de menor ingreso–, pero la transición no es neutral. Los sectores competitivos y exportadores ganan primero; las actividades protegidas y de baja productividad pierden antes. La experiencia regional muestra que, si la apertura convive con apreciación cambiaria y rigideces laborales, el resultado puede ser más informalidad. La pregunta, entonces, no es “apertura sí o no”, sino cómo secuenciarla con reformas internas para que su efecto neto sea más empleo formal y no expulsión.

¿Dónde están los puestos que la Argentina puede crear de manera sostenible? El país tiene núcleos de ventaja comparativa en agroalimentos, energía y minería, servicios basados en conocimiento y algunos nichos industriales. Allí habrá más valor agregado y mejores salarios, aunque no necesariamente grandes volúmenes de empleo por unidad de inversión. El desafío cuantitativo está en las actividades intensivas en trabajo de baja y media calificación –partes de la industria, comercio, turismo, construcción–: sin salto de productividad, formalizar ahí choca contra márgenes estrechos y volatilidad. Por eso, la estrategia debe combinar “motores” de alta productividad con una agenda fina para elevar productividad en los sectores que más mano de obra emplean.

La secuencia importa. Primero, previsibilidad: un régimen cambiario y monetario claro y transparente que no se perciba como otra fase más de la estabilización haría desaparecer el incentivo a esperar a la próxima corrección, bajaría definitivamente la prima de cobertura y abarataría el financiamiento. Segundo, costo y riesgo de contratar: simplificar modalidades, acotar la litigiosidad esperada y aliviar contribuciones en la base salarial más baja mueven la frontera de proyectos “casi viables” a viables. Tercero, productividad en el terreno: infraestructura y logística, crédito de largo plazo, servicios empresariales avanzados, formación continua y certificación de habilidades pertinentes a cada cadena.

¿Qué cambia si se arma esta hoja de ruta? Con macro estable, reglas creíbles, costo/riesgo de contratación bajo control y un empujón decidido a la productividad en sectores intensivos en trabajo, el equilibrio vuelve a favorecer la contratación en blanco. En ese marco, la apertura deja de ser amenaza y se convierte en motor: empuja recursos hacia donde mejor se paga el trabajo y abarata la canasta de los hogares, en particular la de los más vulnerables. El proceso no es instantáneo ni lineal, pero la dirección se vuelve clara: más inversión, más empleo formal, y salarios que vuelven a seguir a la productividad.

En suma, hace falta un régimen cambiario y monetario que deje de ser “fase” y se vuelva regla, un marco laboral que reduzca el costo y el riesgo de contratar y una agenda práctica de productividad allí donde se emplea a la mayoría. Cuando esos tres rieles se alinean, la apertura deja de ser amenaza y se transforma en combustible. No hay atajos ni épicas: hay diseño, secuencia y persistencia. Si la macro da el marco y la política de empleo pone los incentivos, el sector privado hará el resto.n

*Economista.





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