Elecciones en una democracia representativa cada vez más oligárquica



Los resultados de las recientes elecciones legislativas en Argentina han sorprendido a analistas y estudiosos de este tipo de eventos. Estos episodios se acostumbran a evaluar conforme a los pronósticos realizados por consultoras de opinión y al “clima” generado por voceros de los medios masivos de información pública. Parte de la sorpresa se debe a que en ambos casos se suele responder a intereses particulares. Pero, además, la creciente complejidad de las “democracias representativas” dificulta las proyecciones de comportamientos de la ciudadanía.

De inicio, cabe señalar que el aumento de la desigualdady la fragmentación social vuelve más difícil predecir en base a la idea de “ciudadanía promedio”, los comportamientos de grupos sociales cada vez más heterogéneo. Las sociedades contemporáneas no pueden pensarse como ordenadas e informadas por principios claros, simples y universales. Lo que prevalece es la diversidad económica, social, cultural y organizacional, en un contexto donde la mayoría de las personas y grupos sufren la saturación de factores de dispersión e inestabilidad.

En este contexto, el sistema político es incapaz de contener las múltiples demandas frente a los crecientes “riesgos evolutivos”en una sociedad sometida a cambios acelerados. Mucho más cuando las prácticas políticas vacían de contenido a conceptos propios de la teoría política democrática: soberanía del pueblo, consenso, participación, pluralismo, competencia entre partidos, opinión pública, bien común, etc. En la práctica, el sistema político perdió capacidad para representar a la “totalidad” de la sociedad, incluyendo a los episodios electorales. Como resultado, se observa mayores cambios en las opciones de votos de las mismas personas y creciente abstención.

Esto no les gusta a los autoritarios

El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.

Por ello, no debe extrañar que avancen electoralmente grupos totalitarios, clasistas y reaccionarios, que ascienden utilizando imágenes efectistas dirigidas selectivamente a personas frustradas en sus expectativas de vida. Estas prácticas se facilitan por las nuevas tecnologías de interacción y comunicación, incluyendo la directa complicidad de las corporaciones que las controlan.Estos medios permiten difundir marcos interpretativos de la complejidad social cada vez más simples, superficiales y hasta falsos, con imágenes que identifican “culpables”, “inocentes” y “salvadores”. En consonancia, los eventos electorales distan de ser “pluralistas” y se organizan en base a dicotomías que no representan la complejidad, diversidad y diferenciación social, pero que obligan a elegir entre “estos” o “aquellos”.

Esto distorsiona y erosiona los valores democráticos, porque la complejidad no puede resumirse en dicotomías. Así, las expresiones de apoyo a las opciones electorales tienden a disolverse en una suerte de “conformidad infundada”. No es el consenso moral o ideológico lo que sostiene la integración social en las actuales democracias representativas, sino valores como el miedo, la falta de alternativas, la necesidad de reconocimiento, la segregación y marginalización social, etc. Los sistemas políticos no siguen ninguna lógica moral y cada vez respetan menos los procedimientos legales, salvo la participación en elecciones periódicas. El uso de medidas excepcionales, la cooptación de los distintos poderes y otras prácticas responden más a una lógica “oportunista” de corto plazo que a principios constitucionales.

Esto es consistente con un sistema político que tiene enormes dificultades para adaptarse al ritmo de cambio de otros órdenes sociales como el tecnológico, el económico, el socio-cultural, etc. Por eso el sistema político se subordina cada vez más al poder de facto en esos órdenes mucho más dinámicos. Si bien esta subordinación no es novedosa, si lo es la forma y la dimensión.

Está abundantemente estudiado la mayor subordinación de los Estados al poder financiero desde la década del setenta y en consonancia con la creciente deuda pública. Recientemente, abundan estudios sobre la subordinación política a las corporaciones que controlan las tecnologías digitales. Ya se han visto expresiones descarnadas de esto con directa participación en eventos electorales de representantes de esas corporaciones. Esto sucede en países centrales, de los que EEUU pero también en el caso argentino y en otros países.

Esta subordinación abarca también al orden socio-cultural, donde se busca legitimar la desigualdad y las diferencias sociales, elogiando la riqueza y el poder de unos pocos como la forma “natural” de organización y gobierno de la sociedad. Esto fortalece a los poderes privados en diversos ámbitosy exige a la población que acepte y se subordine a esta “realidad”. La corrupción entre elites políticas y empresariales es un atributo lógico de estas democracias representativas de los intereses de las elites.

Lo anterior se facilita porque las personas tienen conocimiento y atención limitada sobre temas de orden público y de los impactos sobre su vida. La “ciudadanía-consumidora” cada vez dedica menos tiempo a reflexionar e informarse con evidencias sobre temas políticos de relevancia. Las urgencias de las necesidades de subsistencia para la mayoría más vulnerable, y el frenesí consumidor y de status para quienes buscan mantenerse en estratos superiores, ocupan casi todo el tiempo de vida.Esto se consolida gracias a que desde el poder establecido se tematizan cuestiones de corto plazo, evitando reflexionar sobre los riesgos sociales más graves que amenazan cada vez más la reproducción social y la propia vida.

Opciones que elogian lo público, pero que en la práctica buscan imponer la hegemonía propia. Ambas alimentan una democracia oligárquica abierta a la corrupción»

Así se soslayan y hasta persiguen a quienes demandan atención sobre temas como la creciente desigualdad distributiva, la decreciente demanda laboral, la contaminación ambiental y el cambio climático, el crecimiento de la deuda, la pérdida de patrimonio público en beneficio de la concentración de riqueza privada, etc. En cambio, se problematizan temas como el consumo, la inflación, el tipo de cambio,la inseguridad urbana, etc.No es que estos temas no sean urgentes, sino que ocultan los problemas estructurales y acumulativos, además de ocultar su conexión con los mismos. El ejemplo más evidente es la promoción de un consumo cada vez más peligroso para la crisis ambiental. Así, el futuro queda en manos de sentimientos como la “esperanza”, pero sin fundamentarla y sin conectarla con las acciones presentes.

Este escenario promueve el avance en las opciones políticas de personajes faranduleros cuyo mayor mérito es ser “reconocidos”en una sociedad donde lo importante está cada vez más oculto. En general, estos personajes son ignorantes de temas trascendentes, pero sí hábiles para utilizar el lenguaje de la cotidianeidaddeformada en la producción mediática.

La contracara de la exposición mediática de esta farándula es el ocultamiento de quienes generan conocimiento y cultura relevante para la vida en el largo plazo, sean científicos, artistas o referentes comunitarios que crean y visibilizan cuestiones de interés común. En la práctica se busca subordinar las ciencias y las artes a objetivos meramente tecnológicos y de acumulación de poder.

Esto cambia en parte los fundamentos de la legitimidad política y también su rango de acción y duración. Como se ha estudiado abundantemente, el sistema político históricamente se ha legitimado ofreciendo “valores de seguridad” a la población. En buena medida, la oferta política más exitosa es aquella que logra convencer de su capacidad para proteger de los riesgos que más preocupan a la población en la coyuntura.

Cuatro claves para fortalecer las democracias en América Latina

Pero, como no es posible ocuparse de todos los riesgos sociales, selecciona un rango limitado para concertar su atención y recursos y con ello el poder de ciertos grupos sobre otros. Y en esto se está viviendo un “cambio de época”, no sólo en Argentina sino en la mayoría de las democracias capitalistas.

La situación es tan confusa que hoy parecen diluidas demandas tradicionales como el temor a al desempleo, la enfermedad, la educación, la vejez, la movilidad social, etc. Mucho más diluidos están los nuevos riesgos como la crisis ambiental y climática, las nuevas formas de organización familiar, las transferencias inter-generacionales de recursos, etc. En este contexto una necesaria indagación se vincula con la percepción de estos riesgos por parte de la población y el modo en que se reflejan en las opciones electorales dicotómicas.

Difícil dilucidad estos interrogantes. Algunas lecturas parecen sugerir que gran parte de la población sólo tiene un objetivo al colocar su voto: que no gane una de las opciones presentadas sin importar mucho lo que haga la elegida. Esta lectura parece acorde con la lógica de una democracia reducida a eventos electorales entre opciones dicotómicas. Pero, ¿hasta cuándopuede funcionar así una sociedad cada vez más compleja? ¿Puede sobrevivir un Estado y una democracia pluralista en este contexto?

El problema no es sólo el avance de opciones políticas que promocionan el privatismo de la vida, el egoísmo existencial y la competencia destructiva como prácticas sociales primordiales. También la falta de contenidos adaptados a esta nueva realidad de las opciones que elogian lo público, pero que en la práctica buscan imponer la hegemonía propia. Ambas alimentan una democracia oligárquica abierta a la corrupción y subordinada a los intereses particulares de ciertos grupos.

Es en este contexto de cambio de época, incertidumbre y simplificación de lo complejo donde transcurre la vida política actual y en el cual fallan los pronósticos electorales. Es que lo simple no puede abarcar lo complejo, y lo dicotómico no puede resumir la pluralidad. Por lo mismo, a la opción ganadora le cuesta transmitir y hacer funcionar contenidos normativos precisos en el nivel de la ejecución (implementación) administrativa concreta. Alguien puede ganar con muchos votos, pero sigue sin poder representar la complejidad social y mucho menos las amenazas de los riesgos sociales cada vez más acuciantes. Y esto rápidamente deslegitima el poder sin por ello ofrecer soluciones.

La principal enfermedad política de las sociedades contemporáneas es la búsqueda de hegemonía para grupos minoritarios que concentran cada vez más poder. Como en épocas pasadas, incluso dictatoriales, la esperanza democrática está en la existencia de una trama de decisiones políticas descentradas, dependientes de impulsos de auto-coordinación horizontal y resistentes a todas las formas de mando centralizado. Como los temas fundamentales de la vida actual, quienes accionan esta trama no ocupan el escenario del espectáculo, pero existen y están trabajando con mucho esfuerzo para superar el oscurantismo de esta democracia oligárquica. Sobre esas prácticas se puede construir una esperanza fundada de un futuro mejor.





Source link

Compartir