El Papagayo, Córdoba: fine dining de pasillo y alma grande


El Papagayo confirma que la alta cocina argentina ya no es un monopolio porteño. En un pasillo de poco más de dos metros de ancho y 36 cubiertos bajo una instalación de 1.500 piezas que sugieren un vuelo de aves, Javier Rodríguez compone un menú de 11 pasos que piensa Córdoba con orgullo y el mundo como despensa. La puesta en escena es sobria y teatral; el servicio, preciso pero cálido; la cadencia, la de una orquesta que conoce sus silencios. La dirección (Arturo M. Bas 69) es ya una consigna para peregrinos gourmands que buscan identidad antes que artificio.

El menú

El viaje arranca en clave local con una bandeja de fiambres que reivindican el acervo cordobés —cortes curados con la sal exacta y el ahumado justo— y un vermut de la provincia que pone el paladar en “modo aperitivo”. La línea enológica sostiene ese manifiesto: todo el maridaje camina el mapa cordobés, con mención especial para los Socavones de Terra Camiare (Colonia Caroya), que aportan nervio y tipicidad (blends blancos tensos; tintos de fruta limpia). Es un statement raro de ver en la alta cocina local: kilómetro cero, pero sin dogma.

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A partir de ahí, el menú alterna confort y riesgo con una coreografía que no decae. Hay huevos con crema agria (aire centroeuropeo, técnica medida y puro umami), humita con caldo de choclo —plato bisagra, de esos que explican una temporada— y un Wagyū “cordobés” que llega al punto en que la grasa se vuelve gusto, no espectáculo. Entre medio, un guiño de “mar lejano” que refresca la serie: cocción nítida, iodo en clave elegante y guarniciones que acompañan, no compiten. El cierre vuelve a la infancia sin anestesia: frutillas en versión estacional y un arroz con leche con twist moderno —texturas más livianas, aromas de vainilla natural, crocante para romper— que respeta el recuerdo y, al mismo tiempo, lo afina. (Sí, acá el postre se come hasta la última cucharada).

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El precio

Lo más provocador de El Papagayo no está solo en el plato: es su relación precio-calidad. En tiempos en que Buenos Aires naturalizó tickets de tasting a valores internacionales, Córdoba propone un menú de 11 pasos a un precio que, en comparativa, resulta francamente competitivo frente a casas porteñas de similar estándar. La ecuación es contundente: producto noble, bodega curada, vajilla y cristalería a la altura, y una experiencia completa por bastante menos de lo que hoy cuesta en la capital. Esa accesibilidad —sin resignar excelencia— explica la lealtad del público local y el turismo gastronómico que justifica el viaje.

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El lugar y el ritmo

El diseño del pasillo impone un tempo distinto: todo ocurre a la vista, pero nada interrumpe. Hay una dramaturgia de “escena larga” en la que cada pase tiene su minuto para contar algo. La sala respira entre servicio y servicio; la música no compite; la luz favorece el plato y a quien está enfrente. En un país enamorado de la sobremesa, El Papagayo recuerda que el fine dining también puede ser cercano y argentino sin caer en caricaturas. Para quien quiera hacer noche, el “universo Papagayo” suma un boutique hotel a pocos pasos, redondeando la idea de hospitalidad 360°.

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Vinos cordobeses

Que todo el pairing sea de Córdoba no es capricho: es tesis. La selección recorre estilos y terruños con criterio didáctico y disfrutable. Los Socavones de Terra Camiare funcionan como columna vertebral: blancos con tensión para los pases de mar y vegetales; tintos precisos para los fondos más grasos. Es una vitrina de una provincia que hace rato dejó de ser curiosidad y reclama capítulo propio en la carta nacional.

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Un “faro” 

El Papagayo nació como concepto arriba de la terraza del Hotel Azur —espacio que en algún momento llevó ese nombre— antes de mudarse a su actual dirección y ramificarse en dos locales a la vista: el restaurante y, enfrente, El Papagayo Petit (que pronto reformarán para sumar mesas y reforzar su función nocturna). La barra privada del restaurante, íntima y bien provista, es hoy una de las más codiciadas de Córdoba: un speakeasy de proximidad donde la coctelería conversa con la cocina sin estridencias.

El cocinero

Santiagueño de nacimiento y cordobés por elección, Javier Rodríguez es, a esta altura, un nombre propio de la cocina argentina. Su casa figura en los radares globales (categoría World Class, dos cuchillos en The Best Chef Awards) y su mini-ecosistema —restaurante, café y suites— ancla un polo de hospitalidad a 30 metros a la redonda. Que este reconocimiento florezca fuera de Buenos Aires es un dato de época: ensancha el mapa y cambia la conversación.

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Veredicto

El Papagayo es una experiencia de autor que elige la exactitud por encima del artificio y el orgullo local sobre el exotismo facilista. El menú de 11 pasos está construido como un relato con picos emocionales —fiambres y vermut que legitiman el territorio; humita memorable; Wagyū que justifica el hype; postres que devuelven la niñez— y una bodega que hace pedagogía cordobesa sin levantar el dedo. En un país donde la novedad suele durar lo que un reel, este pasillo ofrece algo contraintuitivo y valioso: memoria, precisión y precios sensatos. Vaya, pida maridaje, siéntese en la barra si puede; salga con la certeza de que la alta cocina argentina también habla cordobés.

 

Datos útiles

Dirección: Arturo M. Bas 69, Córdoba. Reservas online.

Formato: menú degustación (11–12 pasos según temporada), 36 cubiertos.

Vinos sugeridos: línea Socavones (Terra Camiare), selección cordobesa.

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por RN

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