El genocidio es ahora una cuestión de gustos
La Asociación Internacional de Académicos del Genocidio (IAGS en inglés) causó una polémica hace poco al declarar que “las políticas de Israel en Gaza cumplen con la definición legal de genocidio”. Como parte de sus fundamentos, la asociación citó a varios grupos de derechos humanos que habían llegado a la misma conclusión, así como a funcionarios de la ONU conocidos por su sesgo antisionista. Sin embargo, no señaló que algunas de esas conclusiones se basaban en reinterpretaciones de la definición legal de genocidio. Aunque se anunció que consiguió un respaldo casi unánime, apenas un 20% de los miembros de la IAGS apoyó la declaración.
En un sensacional informe emitido el año pasado, Amnistía Internacional eludió la definición legal de genocidio para determinar que Israel era culpable de genocidio. En la página 101 de su informe de 296 páginas, Amnistía Internacional afirmó que consideraba que la definición establecida de genocidio era “una interpretación excesivamente limitada de la jurisprudencia internacional que, en la práctica, impediría la constatación de genocidio en el contexto de un conflicto armado”. Es decir, Amnistía Internacional alteró los estándares establecidos en la definición legal de genocidio para poder condenar a Israel de cometer un genocidio.
Algo similar ocurrió con la infundada acusación contra Israel de haber provocado intencionalmente una hambruna en Gaza. La Clasificación Integrada de Fases de Seguridad Alimentaria (IPC en inglés), que es avalada por las Naciones Unidas, recientemente decretó que había una hambruna en Gaza; fue la primera designación de este tipo en Oriente Medio. Pero The Washington Free Beacon expuso que el IPC “modificó discretamente una de sus métricas claves (…) facilitando la declaración formal de que hay hambruna en el territorio controlado por Hamas”.
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Agregó TWFB: “A diferencia de informes anteriores del IPC sobre la situación humanitaria en Gaza, el informe de julio incluye una métrica –conocida como circunferencia braquial (MUAC)– que la agencia no ha utilizado históricamente para determinar si se está produciendo una hambruna. El informe también incluye un umbral reducido para la proporción de niños que deben considerarse desnutridos para que el IPC declare una hambruna, que se reduce del 30% al 15%”.
En otras palabras, el IPC simplemente adaptó sus métricas para que encajaran con la acusación. Un análisis crítico de este reporte realizado por el coordinador de Actividades Gubernamentales en los Territorios (Cogat) de Israel y el Ministerio de Asuntos Exteriores mostró que las cifras tomadas de Unrwa para la ciudad de Gaza arrojaron índices MUAC superiores a los documentados en la literatura médica, lo que generó dudas sobre la fiabilidad de las mediciones.
Estos informes, ampliamente citados en los medios masivos de comunicación, se conocen sobre un trasfondo en que la Corte Internacional de Justicia debió evaluar una petición de Sudáfrica (nación aliada a Hamas e Irán), que instaló la acusación ya en diciembre de 2023. Así, una narrativa difamatoria se ha impuesto en la corte de la opinión pública: Israel estaría cometiendo un genocidio y hambreando a los palestinos. No obstante, la evidencia disponible sugiere otra realidad, más compleja y matizada, que combina los desafíos de una guerra urbana, los aciertos y errores de Israel, la propaganda y el cinismo de Hamas, la responsabilidad de la ONU, los intereses de los Estados, la parcialidad de muchos medios de prensa y la hostilidad de numerosas ONG. Es hora de separar la ficción de los hechos.
En primer lugar, cabe notar que algunos de los que redactaron estos informes o fueron citados en ellos manifestaron posturas abiertamente políticas con anterioridad. Para justificar la aplicabilidad del genocidio en Gaza, IAGS citó a oficiales de la ONU con un vasto récord de sesgo antiisraelí: Navi Pillay (quien ya había acusado a Israel de hacer “limpieza étnica”, fue repudiada por la administración Biden) y Francesca Albanesse (bajo sanciones de la administración Trump por su extremismo). Entre quienes redactaron el informe de la hambruna del IPC están Andrew Seal (había acusado a Israel de cometer genocidio antes del inicio de la ofensiva terrestre en Gaza), Zeina Jamaluddine (describió la masacre de Hamas del 7 de octubre como un acto de “descolonización”) y otros que apoyaron los ataques hutíes contra el transporte marítimo internacional.
En cuanto a la acusación de genocidio en sí, para que exista un genocidio se requiere la intención de eliminar un grupo, en su totalidad o en parte, como tal; no la ocurrencia de muertes civiles. Las medidas israelíes orientadas a minimizar bajas civiles, como advertir a la población gazatí acerca de zonas que serán atacadas, los desplazamientos de población civil hacia zonas seguras, los ataques precisos contra combatientes de Hamas, las operaciones abortadas para no dañar civiles, desmienten la fábula genocida.
Bret Stephens, en The New York Times, señala que si Israel tuviera verdaderas intenciones genocidas, las muertes serían muchísimo mayores y sistemáticas. Con capacidad militar ampliamente superior, podría haber destruido Gaza rápidamente. Por ejemplo, podría haber bombardeado indiscriminadamente desde el aire sin arriesgar las vidas de sus soldados en el terreno ni dar aviso previo a la población palestina, incluso por mensajes de texto enviados a sus celulares. “Un ejército genocida no tarda dos años en ganar una guerra en un territorio del tamaño de Las Vegas”, acotó el filósofo francés Bernard-Henri Lévy. Las bajas colaterales reflejan la complejidad de un conflicto urbano y asimétrico, exacerbado por las tácticas inmorales de Hamas, que oculta terroristas entre civiles y utiliza túneles para protegerse mientras los civiles quedan expuestos en la superficie.
Las imágenes de niños desesperados esperando alimentos conmueven, pero no siempre muestran el panorama completo. La académica Netta Barak-Corren destacaba en un artículo reciente en The Wall Street Journal que en conflictos como Somalia, Siria, Afganistán, Irak, Sudán, Etiopía o Yemen, la ayuda mundial suele ser desviada por milicias armadas o regímenes autoritarios. En Gaza también. (“Gaza presenta el caso más prolongado de desvío de ayuda”, anota la autora) y además la Unrwa (bajo gran influencia de Hamas) gestiona la mayoría de los servicios públicos, mientras que el movimiento yihadista se apropia de recursos y revende la ayuda gratuita saqueada. A principios de agosto, la ONU admitió que alrededor del 88% de los camiones de ayuda que entraron a Gaza desde mediados de mayo habían sido asaltados y desviados de sus destinos.
John Spencer, director del Instituto de Guerra Urbana, resalta un hecho extraordinario: Israel ha proporcionado o facilitado ayuda directa a la población de Gaza (incluyendo alimentos, agua, medicinas y combustible) mientras el conflicto está activo, y Hamas controla el territorio y retiene secuestrados a ciudadanos israelíes. Esto es histórico. En ninguna otra guerra moderna un ejército ha hecho algo semejante mientras el enemigo aún luchaba y gobernaba su territorio. Ni Gran Bretaña alimentó a los civiles alemanes mientras daba combate a los nazis en Alemania, ni Estados Unidos brindó ayuda humanitaria a los vietnamitas en zonas controladas por el Viet Cong. Este hecho, aunque raramente reconocido, es clave para entender la verdadera naturaleza del conflicto.
A esto se suma un estudio reciente de más de 300 páginas del profesor Danny Orbach y su equipo en la Universidad Hebrea de Jerusalén y otras universidad israelíes afiliadas que constata dos datos cruciales: 1) a marzo de 2025, no hubo hambruna sistemática en Gaza, y, de hecho, la entrada de alimentos superó la de períodos previos al 7 de octubre de 2023, 2) la Unrwa y otras ONG cometieron errores metodológicos, incluyendo citas circulares y correcciones retroactivas, que inflaron la percepción de crisis humanitaria. El estudio introduce el concepto de “sesgo humanitario”: la tendencia a aceptar alegatos alarmantes de partes interesadas sin verificación, lo que distorsiona los hechos, afecta las percepciones y compromete las decisiones políticas.
El sufrimiento en Gaza es innegable, pero la narrativa del genocidio y la promoción deliberada de una hambruna no se sostienen, puesto que la ayuda humanitaria fue real y sin precedentes, e Israel implementó medidas concretas para minimizar bajas civiles. Por el contrario, Hamas –el iniciador de esta trágica guerra– adoptó tácticas que pusieron adrede en riesgo a su propia población, saqueó la asistencia externa y manipuló las estadísticas.
Todas las guerras tienen entre sus víctimas a civiles inocentes y no por ello son consideradas situaciones de genocidio. Como decía Stephens, no podemos tachar de genocidio a toda guerra que no nos guste. Tergiversar la realidad no protegerá a los palestinos: solo logrará suprimir la verdad.
*Profesor titular en la carrera de Relaciones Internacionales de la Universidad de Palermo. Miembro de Profesores Republicanos y el Foro Argentino contra el Antisemitismo.