Efecto Conan: los médiums de mascotas
Hablar con el perro, gato, caballo o canario de la abuela no es ninguna novedad. La humanidad lo hizo siempre, motivada por el cariño y por esa proyección de palabras que jamás tendrán respuesta. La novedad es que ahora existe toda una corriente que asegura que sí, que esos diálogos pueden existir, pero no en forma de ladridos interpretados o maullidos adivinados, sino de una manera mucho más sofisticada, a través de la telepatía o de meditaciones superpuestas. El fenómeno se llama “comunicación con animales” y, aunque para la ciencia siga siendo una superchería, cada vez más personas se suman a esta práctica, convencidas de que sí hay un puente real entre los humanos y las mascotas.
Los practicantes hablan de un intercambio intuitivo, psíquico o telepático entre especies. Se trata, dicen, de sintonizar con una frecuencia de ondas que el animal emite y que el humano puede decodificar en forma de sensaciones, imágenes o palabras. Una especie de radio cósmica de dos vías, con la diferencia de que aquí no hace falta electricidad ni antena, sino que basta con respirar, entrar en estado meditativo y dejarse llevar.
Creer o reventar. Sofía Pom es una de las referentes argentinas del tema. Dice que se comunica con “todo lo que esté vivo: perros, gatos, caballos, gallinas, árboles, montañas, nubes o el aire mismo”. Prefiere la palabra “telepatía” antes que intuición, porque -asegura- describe mejor lo que ocurre. En su caso, la inspiración llegó de un video de la sudafricana Anna Breytenbach, llamada para atender a un leopardo en depresión en un santuario. “Me fascinó. No podía viajar a Sudáfrica, pero años después supe de una chica mexicana que lo hacía y empecé a formarme”, recuerda. Pom viene de una familia de veterinarios en General Villegas, aunque ella estudió Relaciones Públicas y Gestión Cultural. Hoy dirige formaciones de un año, con más de treinta prácticas obligatorias y acompañamiento terapéutico. “No se trata de tener un don, sino de entrenar una capacidad innata”, insiste. Los valores de sus cursos promedian los 2500 dólares por año de cursada y los toman personas desde todas partes del mundo.
Dentro de esta disciplina también existen las reglas. El marco ético lo deja claro: “No comunicarse con el animal de otro sin permiso, no preguntar lo que no pueda llevarse a la práctica y, en el caso de los animales trascendidos (fallecidos), hacer una única consulta. No somos terapeutas de duelo ni veterinarios, acompañamos, pero no reemplazamos otras profesiones”, dice Pom, que asegura haber vivido experiencias notables, como la de un yaguareté que le mostró que cierta tierra estaba “muerta” y, años después, resultó haber sido usada para prospecciones petroleras.
Registro internacional. Entre Madrid y Segovia, Clara Martín dedica su vida a la comunicación con animales, en su mayoría, perros, gatos y caballos. “Desde chiquita lo hacía, para mí era natural. Pensaba que todo el mundo podía”, le cuenta a NOTICIAS. Periodista de formación, terminó abandonando los medios para volcarse de lleno a la comunicación «interespecies», hace ya más de quince años. Martín asegura que cualquiera puede hacerlo: “Es innato, como cuando una madre sabe qué necesita su bebé. Lo vamos perdiendo por los prejuicios -?- de que los animales no hablan”. Su método incluye meditación, entrada en ondas alfa y preguntas abiertas. No hacen falta incienso ni velas, alcanza con respirar y disponerse a escuchar. Hoy da cursos básicos y hasta un máster de 16 meses. “La comunicación sirve para entender sus necesidades, no para imponer nuestra voluntad. Los animales no deben volver a ser objetos”. Y respecto a los muertos, mantiene la misma prudencia que Pom: “Solo hasta después de cinco o seis meses de fallecidos, y como cierre emocional. Nunca se pregunta algo que no pueda resolverse”.
Entre los alumnos de estos talleres hay perfiles variopintos. Lucio, de 63 años y vecino de Bernal, buscó ayuda porque veía a uno de sus gatos incómodo en su propio hogar. “Es difícil de explicar, pero entendí que se sentía hostigado por mi otro gato. Cambié rutinas y espacios, y los noto mucho mejor a los dos”, asegura. Más pragmática es Mirta, veterinaria de zona Oeste, que encontró en la telepatía un complemento para su profesión. “Si bien contradice lo que estudié en la facultad, siento que me da otro vínculo con los animales. No siempre conecto, pero cuando lo hago, tengo un panorama más exacto de la enfermedad”.
Los comunicadores con animales insisten en que no son médiums, ni brujos, ni psicólogos, ni reemplazo de la ciencia veterinaria. Su trabajo, aseguran, es el de mediadores de un supuesto lenguaje olvidado.
Otra representante de este fenómeno que crece día a día es Erika Apellániz, quien en su web afirma: “Ayudo a personas a comprender mejor a sus animales. Acompaño desde el amor, el respeto y la escucha profunda”.
La comunicación con animales, más allá de la evidencia científica, o de su ausencia, se ha convertido en un fenómeno en expansión. Hay cursos online, talleres presenciales, manuales y comunidades enteras dedicadas a perfeccionar la técnica. Para unos, es una manera de recuperar la sensibilidad perdida. Para otros, un pasatiempo espiritual con tintes de autoayuda. Para los más escépticos, un simple engaño con buenas intenciones.

