Editorial | Tucumán: cuando el silencio de los medios es cómplice
En Tucumán, hablar de independencia periodística es casi un chiste de mal gusto. Los principales medios de comunicación viven atados a la pauta oficial, convertidos en meras cajas de resonancia de los gobiernos provincial y municipales. La noticia ya no es un hecho de interés público: es un anuncio social, un aplauso enlatado, un recorte de prensa maquillado para sostener el relato del poder.
Mientras tanto, el ciudadano común queda prácticamente indefenso. Se le habla como si fuera incapaz de entender la realidad en la que vive, se le ocultan hechos, se lo infantiliza.
En los últimos diez días, dos episodios graves se hicieron virales en redes sociales. Dos hechos reales, documentados, que ningún gran medio local se atrevió a informar:
- Una mujer detenida en Graneros por gritar “¡Viva la libertad, carajo!” durante un acto del gobernador Osvaldo Jaldo. El mismo acto en el que otras dos personas fueron arrestadas por sostener carteles con reclamos salariales. Graneros funciona como un mini feudo, pero para la prensa tucumana, nada pasó.
- Un trabajador de la panadería y cafetería Pay fue brutalmente golpeado en la cara por su empleador, Franco Argañaraz, al punto de casi perder un ojo. El hecho estalló en las redes y despertó indignación generalizada. Sin embargo, ni una línea en los portales más importantes. Versiones señalan que Argañaraz es testaferro o protegido de un peso pesado de la política provincial. Tal vez ahí radique la explicación del silencio.

Que quede claro: las redes sociales se convirtieron en los verdaderos medios de comunicación de Tucumán. Son las únicas que, con todos sus defectos, funcionan como un espacio donde los ciudadanos pueden visibilizar lo que los grandes diarios y canales deciden callar.
El contraste es doloroso: mientras los gigantes se arrodillan por una pauta que los mantiene dóciles, solo medios chicos —muchos de ellos sin financiamiento privado ni oficial— se animan a informar lo que pasa.
Es una vergüenza. Y también es una traición. Porque como dice la frase que inmortalizó la película The Post, y que debería ser bandera de cualquier periodista: “La prensa debe servir a los gobernados, no a los gobernantes”.