Demanda de sueño | Noticias
Durante siglos, dormir fue lo más democrático de los actos humanos: un parpadeo obligado, inconsciente, común. Hoy, en un mundo híper acelerado y saturado de estímulos, dormir se vuelve un acto de elección; un privilegio de quienes pueden tomarse en serio su cuerpo, que es “propio hardware”: Porque el cuerpo es nuestro hardware más preciado —y el sueño, su actualización más sofisticada. De hecho, en nuestros últimos estudios en el TRENDLAB encontramos que 8 de cada 10 argentinos considera que su salud es lo más preciado que se puede tener y 6 de cada 10 acuerdan con que dormir bien es fundamental para vivir saludables.
El cuerpo: software emocional. El sueño dejó de ser un corte en el día para convertirse en un escenario de autogestión corporal y emocional. Lo que antes era un proceso inconsciente ahora se entrena: rutinas de meditación, apps de respiración, gadgets que rastrean cada micro movimiento o cambio de temperatura. El lenguaje del bienestar traduce esa obsesión en estética: “recargar”, “reiniciar”, “desintoxicar”, “resetear”. Dormir ya no es un acto pasivo sino un proyecto: la oportunidad de afinar nuestro hardware biológico para seguir funcionando. Y hacerlo bien se vuelve sinónimo de éxito.
Dormir como consumo. A su alrededor crece una industria que transforma el sueño en una ocasión de consumo aspiracional. El descanso ya no es gratis; se compra, se diseña, se personaliza.
Marcas de lifestyle y bienestar protagonizan esa expansión. La línea de sábanas de bambú de Boll & Branch promete termorregulación y suavidad orgánica, convirtiendo la textura del descanso en performance sensorial. El Oura Ring, un anillo inteligente de titanio, rastrea temperatura corporal, frecuencia cardíaca y fases del sueño, entregando un “Sleep Score” diario y redefiniendo la virtud del descanso como dato. Casper impulsa lámparas circadianas y almohadas inteligentes que completan el ritual de la desconexión.
Y en el capítulo de indulgencia saludable, surgen los helados nocturnos “sleep-friendly” de Halo Top o Nightfood, formulados con magnesio, caseína y adaptógenos, para convertir el deseo antes de dormir en un gesto de nutrición emocional: la tentación que repara.
En este ecosistema, dormir bien se convierte en signo de estatus simbólico: el de quien logró lo que pocos pueden: tener dominio sobre sí mismo, regular su tiempo, habitar su cuerpo sin interferencias externas.
El sueño se estetiza. El “bedroom wellness” gana terreno frente al “gym wellness”: la cama reemplaza al gimnasio como ícono del autocuidado. El usuario contemporáneo ya no presume cuántas horas trabaja, sino cuántas duerme y cómo las duerme.
La narrativa del bienestar se desplaza del rendimiento hacia la regeneración, pero conserva la lógica de control. Así lo sintetiza el lema de Oura: “Know your sleep. Own your day” o algo así como “Conoce cómo duermes, se dueño de tu día”. El descanso se vuelve prerrogativa del individuo que se cuida a sí mismo y mide su descanso con precisión quirúrgica.
Entre el algoritmo y el ensueño. Mientras una parte de la cultura intenta cuantificar la calma que implica el sueño y estudio tras estudio valida la importancia del buen descanso, otra busca liberarla. Surgen tecnologías como el aparto Dream Recorder, al que se le puede contar un sueño al despertar y transforma tus sueños en visuales de ultra baja definición gracias a la IA, o universos como LEGO DREAMZzz, un contenido y productos de la marca LEGO donde los niños construyen sus mundos oníricos en lugar de solo dormirlos. Ambas tendencias conviven en tensión: una promete control, la otra, sentido.
Porque el sueño optimizado y el sueño imaginado se cruzan en esta nueva economía del descanso. Lo que antes era silencio, hoy es también una pantalla donde proyectamos quiénes somos, incluso cuando dormimos.
Relato de identidad. Dormir bien ya no es solo salud; es una narrativa de identidad. En un mundo donde todo se comparte, el descanso es el último espacio que podemos poseer sin testigos. Pero incluso ese refugio se vuelve comunicable: el pijama estético, la taza de té funcional, la lámpara que emite “luz de luna”, el helado sin culpa antes de acostarse.
Las marcas lo saben bien y por eso crean desde aros nasales para respirar mejor y “oxigenarse” al dormir, hasta almohadas inteligentes, lámparas circadianas y bebidas naturales “calmantes” para el relax pre sueño: la biotecnología entra en la rutina del descanso.
El cuerpo, entonces, se transforma en capital emocional, y el sueño en su inversión más preciada. La noche se llena de texturas orgánicas, de susurros digitales, de rituales suaves. Dormir se vuelve el espejo moral del bienestar contemporáneo: quien duerme bien, vive bien.
El déficit del descanso. A nivel global, el sueño escasea, y en esa escasez reside su valor. En Argentina, la situación no es muy distinta. En encuestas recientes, la Fundación Favaloro advierte que más del 50 % de las personas declara tener dificultades para dormir, y la mitad experimenta insomnio ocasional.
Dormir se volvió un bien escaso, una meta que ya no se alcanza por naturaleza sino por diseño.
Bajo el césped, las hormigas. Quizás el sueño funcione como metáfora perfecta de nuestro tiempo: superficie calma, subsuelo inquieto. El director David Lynch, en “Lynch por Lynch”, lo expresó así: “si mirás un trozo de césped de cerca, ves miles de hormigas y otras criaturas.
*Ximena Díaz Alarcón es CEO y confundadora de Youniversal.
por Ximena Díaz Alarcón

