De la furia a la gloria: cómo el enojo de Axl Rose desató una de las mejores noches de Guns N’ Roses en Argentina


Hay noches que están destinadas a quedar grabadas en la memoria colectiva del rock. Noches en las que una banda trasciende su propio repertorio para entregar algo más, una declaración de principios, una comunión con su gente. La del sábado 18 de octubre fue una de esas. En la segunda y última fecha en el estadio de Huracán, Guns N’ Roses no solo dio un concierto: firmó un pacto de sangre con Buenos Aires, un show de tres horas y diez minutos que se sintió como una reivindicación de todo lo que alguna vez representaron.

Guns and Roses en Huracán - Sábado 18 de Octubre

Sin embargo, el paraíso tardó en llegar. La noche arrancó con el infierno de un Axl Rose furioso. Apenas terminó la explosión inicial de «Welcome to the Jungle», el cantante revoleó el micrófono con una violencia que heló la sangre. No era contra el público, que hervía en una caldera de emoción. Era un problema técnico, íntimo y frustrante: no tenía retorno, no escuchaba a la banda. Tras irse brevemente del escenario, volvió con una sentencia que marcó el pulso de la noche: «Bueno, como mi gente no se preocupa porque yo escuche bien, yo tampoco voy a preocuparme. Ustedes están increíbles».

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Y en ese preciso instante, la historia cambió. La furia inicial transmutó en una entrega visceral, cruda, como si Axl hubiera decidido canalizar esa bronca en una performance que bordeó lo legendario. Apoyado en un público que entendió el código y le devolvió cada gota de energía, el frontman se soltó. Lo que siguió no fue un show guionado, sino una celebración del caos controlado que siempre fue la esencia de la banda.

Guns and Roses en Huracán - Sábado 18 de Octubre

Lejos ya de la tensión y con el problema ya solucionado, el escenario se convirtió en un patio de juegos para leyendas. Axl, el animal escénico impredecible, se mostraba relajado y genuinamente divertido. Hizo chistes toda la noche, buscó la complicidad de un Slash en estado de gracia y regaló momentos que quedarán para el anecdotario. «Tenemos un invitado especial esta noche. Algunos quizás lo conozcan. Vamos a ver qué tal funciona… Slash», bromeó al presentar al hombre de la galera, como si fuera un novato y no el socio con el que conquistó el mundo.

Guns and Roses en Huracán - Sábado 18 de Octubre

Esa complicidad tuvo su clímax en el ritual de la presentación de la banda. Cuando llegó el turno del guitarrista, Axl jugó con los tiempos de forma magistral. «Y en la guitarra…», dijo, para quedarse en silencio, sonriendo con picardía. «Y en la guitarra…», repitió, abriendo los ojos como si dudara. A la tercera, gritando, «¡Y EN LA GUITARRA…!», dejó que el estadio coreara el nombre, para luego susurrarlo él: «Slash». La ovación dio paso a un solo blusero de casi diez minutos que fue un viaje por el alma misma del rock and roll, una lección magistral de sentimiento y técnica.

Incluso, y para demostrar la grandeza que los caracteriza, Guns n’ Roses se tomó el tiempo de dedicar un cover de Black Sabbath al recientemente fallecido Ozzy Osbourne. Fue un ritual colectivo. Un momento íntimo a cielo abierto. Un homenaje al príncipe de las tinieblas, quien apareció proyectado en las pantallas gigantes mostrando su clásica expresión de locura, al ritmo de Sabbath Bloody Sabbath. Un gesto que, para quienes estuvieron atentos, no pasó desapercibido.

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Una lista de regalos para los fieles

Si la primera noche había sido un golpe sobre la mesa, la del sábado fue un banquete para los devotos. La banda decidió premiar a quienes repitieron y a los que eligieron el cierre, desempolvando joyas que elevaron el setlist de excelente a histórico. Sonaron 29 canciones que no dieron respiro, un recorrido por todas las eras del grupo, desde la suciedad garagera de los comienzos hasta su último corte, «The General».

Guns and Roses en Huracán - Sábado 18 de Octubre

La sorpresa mayúscula llegó con «Down on the Farm», un cover punk de su disco The Spaghetti Incident? que jamás habían tocado en Argentina. Fue un guiño para los fans de la primera hora, un regalo inesperado que desató un pogo salvaje. Pero no fue el único. El regreso de la épica y laberíntica «Coma» y de la potente «Better» al listado, sumado a la inclusión de «Slither» de Velvet Revolver demostró que la banda no vino a cumplir, sino a disfrutar y a sorprender.

Cada miembro tuvo su momento para brillar. Un Duff McKagan conservado en formol se calzó el bajo y la voz para una versión rabiosa de «New Rose» de The Damned, mientras Richard Fortus y Dizzy Reed sostenían la base con una solidez impecable. La química era perfecta, una máquina aceitada y feliz, donde cada pieza interactuaba con la otra, sonriendo, disfrutando de ser, una vez más, una de las bandas más grandes del planeta.

Guns and Roses en Huracán - Sábado 18 de Octubre

Afuera del escenario, el fenómeno era sociológico. Un mar de gente donde convivían tres, quizás cuatro generaciones. Chicos de menos de diez años sobre los hombros de sus padres, adolescentes descubriendo la mística, veteranos de la primera hora con remeras gastadas por el tiempo y el aguante, y hasta señores de más de 70 que saltaban con una energía envidiable. Todos unidos por un repertorio que demostró ser inmortal.

Guns and Roses en Huracán - Sábado 18 de Octubre

La recta final fue una glorificación de emociones. El solo de Slash que desembocó en el estallido colectivo de «Sweet Child O’ Mine», la ceremonia innegociable de «November Rain» con Axl al piano, el nudo en la garganta de «Don’t Cry» y el cierre a toda potencia con «Nightrain» y «Paradise City», que sellaron una noche perfecta. Guns N’ Roses se fue de Buenos Aires no solo con dos estadios llenos, sino con la certeza de que su historia de amor con Argentina, esa que empezó con escándalos y desconfianza hace más de 30 años, está más viva e intacta que nunca.

ML





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