Cuando la desorientación puede ser el mejor camino

Cuando entramos a una librería y buscamos los libros más vendidos en la sección management nos damos cuenta de que son muy pocos los títulos que nos invitan a descubrir la crisis, a sumergirnos en ese terreno a menudo inexplorado, a no tenerle miedo.
La mayoría -y no casualmente son los títulos más exitosos- están focalizados en darnos consejos para salir de ella, sea ésta una crisis profesional, personal u organizacional en el caso de líderes.
¿Será que no vende mucho tener miedo a entrar en la zona desconocida de la turbulencia llamada cambio? ¿Será que sostener un proceso con todo lo que implica lleva tiempo, paciencia, incertidumbre, también dolor?
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El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Cuando no sabemos qué hacer comienza la aventura: el trabajo sobre nosotros mismos.
Cuando no sabemos adónde ir empieza el viaje: el descubrimiento de lo nuevo.
Como si no saber quiénes somos y qué queremos ser y hacer de nuestro futuro profesional fuera una equivocación y no lo que necesitamos. Ese gran desafío de explorar lo desconocido. Darle lugar a lo nuevo. Con tiempo.
Perderse es un estado natural. Es una fase más de los procesos de transformación, tan válida y tan poderosa como cualquier otra. Es un tesoro. Es orgánico.
Paradójicamente estamos perdidos cuando estamos demasiado seguros, muy inmersos en nuestros propios automatismos. Cuando no hay dudas hay peligro. Cuando nos quedamos quietos y todo parece estancado, repetitivo. Cuando empieza a surgir un murmullo interior que pide algo nuevo y tal vez no queremos escuchar.
La escritora norteamericana Rebecca Solniten en su más que recomendable libro Una guía para perderse a uno mismo escribe que “perderse es la desaparición de lo conocido y la aparición de lo desconocido”.
Algo que no conozco entra en escena. Ese pasillo que va entre donde estaba y adónde aún no sé dónde voy a estar. Si miramos nuestras vidas veremos que nos perdimos una y mil veces. Aunque no haya habido tanta conciencia en cada uno de esos momentos.
Un ejecutivo a quien acompañé expresó una vez que no estaba dispuesto a sostener el proceso de crisis y que elegía quedarse donde estaba. Es que ante un proceso de cambio hay resistencias, hay un proceso de duelo. Y no siempre estamos preparados para transitarlo.
La invitación es a perderse y a soltar los mapas que construimos para abrirnos a explorar nuevos territorios. Con una nueva presencia. Con disponibilidad. Con la sabiduría de los años. Renacer una y mil veces. En modo aprendiz.
