“Cuando escribía usaba la voz, jugaba con más palabras para ver cómo sonaban”

La gran actriz, dramaturga, directora teatral y docente Andrea Garrote escribió Pundonor, monólogo que protagoniza y codirige con Rafael Spregelburd. Con ocho temporadas en Buenos Aires, dos en Madrid, varios festivales internacionales y premios importantes, como el Konex 2021 al mejor unipersonal de la década, parte de una premisa muy concreta: una profesora universitaria debe dar una clase introductoria al pensamiento de Michel Foucault.
Para hablar de la sociedad disciplinaria y después de haber sido –justamente– disciplinada en internet, cae, frente a 200 estudiantes, en un abismo de sinceridad que se convierte en una conmovedora crítica en torno al filósofo francés. Cómo trabaja y qué piensa la autora de una de las obras de teatro más interesantes que se pueden ver por estos días.
—¿Cómo se da la mezcla entre algo tan introspectivo como escribir y algo tan diferente como actuar?
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—Escribir en solitario es un acontecimiento que, a veces, uno se tiene que autoimponer. Es como un ritual, más en estos tiempos, en los que es difícil concentrarse y estar inmerso en ese mundo tan introspectivo. Pero, aunque sea claro que la escritura no convive en el mismo espacio-tiempo con la actuación (son momentos distintos y suena rarísimo actuar escribiendo o escribir actuando), eso es algo que también hago. Escribir actuando porque, además de que he escrito cuentos y poesías, lo que más me gusta es escribir teatro y, en general, muchas veces empiezo a improvisar sola los personajes. Los personajes tienen una música del habla, aquello que dicen como la respiración del escritor. En dramaturgia hay varias voces dando vueltas. En el caso de Pundonor es solo una, porque es un monólogo. Cuando lo escribía, muchas veces usaba la voz en alto, digamos. Jugaba con las palabras a ver cómo sonaban.
—“Pundonor” critica algunos usos actuales de la tecnología…
—Sí, el personaje critica el modo de uso de la tecnología y, también, la época. Está hablándoles a jóvenes y se siente un bicho raro ante esos 200 estudiantes que han venido al teórico a escucharla como una loca, a ver si ella comete algún desliz. Ella decide abrir su corazón y contar lo que le pasó. Creo que lo lindo es que es un personaje que, al aceptar y ser tan honesto y lúcido con lo que le pasó y con lo que siente, termina redimiéndose al compartirlo con los demás. Me parece que eso es una de las cosas más emotivas de la obra.
—Y, como directora, ¿te agrada más la puesta en escena o la dirección de actores?
—Como directora, la dirección de actores. El trabajo con los actores es como el trabajo esencial, porque son la esencia del acontecimiento teatral. Entonces yo, que vengo de ahí, siento que es lo que no me puede faltar, lo que tiene que estar, ser feliz y fructífero. A la puesta en escena he aprendido a disfrutarla. De hecho, hasta ahora, hasta disfruto las puestas de luces, que por ahí son largas y tediosas. Empecé con los años y la práctica a entenderlas, y como todo lo que se va entendiendo, se va disfrutando más.
—Hablame un poco de tu formación inicial.
—Muy al comienzo hice clown, pero, básicamente, la formación que yo reconozco más contundente fue con Ricardo Bartiz, en el Sportivo Teatral y dramaturgia con Mauricio Kartun y Sánchez Inisterra, en España. Y después creo que me formé dando clases. Ahora doy clases de dramaturgia, pero también di muchos años clases de teatro donde mezclaba todo: la escritura, la creación colectiva, la puesta en escena y el entrenamiento actoral, y ahí es donde uno más aprende. Dirijo la especialización y maestría en Dramaturgia de la Universidad Nacional de las Artes, que es una hermosa especialización, virtual, para todo el país y Latinoamérica.
—¿Alguna vez sentiste o tuviste la necesidad de montarte sobre vindicaciones de género para hacer tu trabajo?
—No, no tuve la necesidad, digamos, o por ahí la tuve y no me di cuenta. Creo mucho en la ley de cupo, porque en los teatros oficiales, por ejemplo en el Cervantes –que es un teatro que nos regaló una mujer de teatro, María Guerrero–, durante muchos años casi no dirigieron, ni hubo dramaturgas. Cuando eso se empezó a notar, empezaron a darles espacio y cada vez hubo más, y en el teatro independiente las mujeres pisan fuertísimo; sin embargo, esos números aún no se reflejan en los lugares oficiales. Creo que ahí hay una deuda y entonces tiene que haber políticas culturales de fomento, no solo para reparar el pasado, porque, ya está, ni para que haya más mujeres que hombres, pero sí para que, por lo menos, no sean un mísero 5%, cuando en el teatro independiente son mayoría. Para mis obras nunca me monté en reivindicaciones de género, pero sí creo que todavía quedan lugares a conquistar.
—¿Cómo era el panorama cuando empezaste?
—Cuando empecé a escribir, la dramaturgia femenina era mencionada así, “dramaturgia femenina”, y había cierta cosa peyorativa, como si fuese menor, como con la dramaturgia del interior del país; ambas entendidas como algo de los márgenes. El tratamiento hacia esas obras, el interés, la lectura, era muchísimo menor. Si alguien, un artista, sea cual sea, está empezando y genera un objeto que es recibido por la comunidad, teniendo un ida y vuelta, va a seguir creciendo. Como eso no pasaba con la dramaturgia femenina, esas dramaturgias estaban como más aisladas, encerradas, con menos posibilidad de producir. De hecho, yo empecé produciendo una obra cada tanto. De unos años a esta parte, por suerte, viene cambiando.
