Charlie Kirk y la cultura de las armas en Estados Unidos



El origen de la cultura estadounidense de las armas se remonta a 1791, con la Segunda Enmienda que garantiza el derecho a poseerlas. Con el tiempo, se volvieron parte de la vida cotidiana y del mito nacional. Sirvieron para cazar, pero también para someter a los pueblos originarios durante la expansión hacia el oeste y controlar a las personas esclavizadas; la supremacía blanca y el racismo han acompañado la cultura de las armas desde sus inicios.

Para la derecha estadounidense no son “solo armas”: son el símbolo de Estados Unidos, de masculinidad, pero también cumplen un rol fálico en la mente de los “machitos wannabe”. Lo curioso es la metamorfosis de Jesús (lo digo desde mi ateísmo): de hombre humilde que predicaba el amor y poner la otra mejilla, a símbolo del derecho a las armas, la teología de la prosperidad y un nacionalismo que justifica destruir al prójimo. Las armas comunican el fin del diálogo. Conocí de primera mano el adoctrinamiento de los “pro armas”, que presentan cualquier control como un “ataque a la libertad”.

Cada año en Estados Unidos hay más de 300 tiroteos escolares, una cifra sin comparación mundial. La normalización es tal que, el mismo día que asesinaron a Charlie Kirk, un joven de 16 años radicalizado por la extrema derecha abrió fuego en una escuela de Colorado, y el mundo lo ignoró. En 2024 se registraron 83 tiroteos escolares, un récord histórico, y 487 tiroteos masivos en total. La mayoría fueron cometidos por jóvenes blancos con armas de familiares o amigos. El dato más escalofriante: desde 2020, la principal causa de muerte de niñas, niños y adolescentes estadounidenses son las armas de fuego, por encima de cualquier otra.

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En Estados Unidos comprar un arma es más fácil que sacar una licencia de conducir. Pongámoslo en contexto: en un país con pocas herramientas socioemocionales y un presidente que incita al odio públicamente —llegando a decir que “podría dispararle a alguien en la Quinta Avenida y aun así no perder apoyo”— la violencia se normaliza como un show. Además, recordemos a la republicana Gómez, que hizo campaña disparando a la cabeza de un maniquí atado que representaba a un inmigrante.

Ahora sí, vamos al asesinato de Charlie Kirk, el comentarista de ultraderechas y cofundador de Turning Point, principal brazo juvenil del trumpismo.

Apenas se conoció la noticia, el trumpismo culpó a la “izquierda radical”, pero el asesino fue Tyler Robinson, un típico simpatizante de Trump: blanco, cristiano, criado en la cultura de memes de internet, en una familia conservadora con padre ministro y sheriff, y adoctrinado en la cultura de las armas desde niño.

Las cifras muestran un aumento récord de crímenes de odio, mayoritariamente cometidos por la extrema derecha. Sobre Kirk, se investiga si su asesino era un “Groyper”, jóvenes de derecha extrema críticos del conservadurismo “blando”. Liderados por Nick Fuentes, el grupo toma su nombre de un meme en internet. Fuentes, enemistado con Kirk, dijo que había tomado “su bebé Turning Point y lo llenó de Groypers”.

Un varón blanco mató a otro varón blanco en una de las universidades más blancas de Estados Unidos, en Utah, uno de los lugares más blancos y religiosos del mundo. El gobernador de Utah, Spencer Cox, dijo haber rezado 33 horas para que el asesino fuera de otro país. La violencia llegó a tal punto que quienes alertaban sobre una supuesta “amenaza inmigrante” ahora se matan entre ellos.

Kirk decía que algunas muertes por armas de fuego eran aceptables y “valían la pena” para proteger la Segunda Enmienda. Sabía que eso incluía infancias.

Aclaremos dos cosas: primero, su asesinato debe condenarse y el culpable debe ir a prisión; nadie debería ser asesinado y la violencia nunca es la respuesta. Segundo, señalar que Kirk era racista, homofóbico, misógino, transfóbico y xenófobo (con pruebas de sobra) no significa celebrar su muerte, sino reconocer el daño de sus mensajes en vida. Quien no entiende la diferencia, tiene el gorro rojo de MAGA demasiado ajustado. Nadie celebra ni justifica su muerte, salvo algunos lunáticos.

Cada quien decide a quién admirar, pero no se puede llamar “paladín de la libertad de expresión” a alguien que hizo listas de profesores para que sus seguidores los hostigaran por temas contrarios a su religión. Y, otra vez, es 2+2: contar quién fue Kirk no significa justificar su asesinato.

Es preocupante que muchos no puedan distinguir entre una opinión y un discurso de odio. Racismo, misoginia, homofobia, xenofobia y transfobia no son opiniones ni libertad de expresión: son odio y deshumanización del prójimo. La tibieza puede ser cómplice del fascismo y del racismo. En los años 30, la lógica de decir que eran “simples opiniones diferentes” habría llevado, por ejemplo, a respetar las “opiniones” de Hitler.

Kirk pensaba que las mujeres deben someterse a sus esposos (como le exigió a Taylor Swift); que las ejecuciones deberían ser públicas y televisadas; que le preocupaba volar si el piloto era negro; que aprobar la Ley de Derechos Civiles en los años sesenta fue un “gran error”; que los extranjeros reemplazarían a los verdaderos estadounidenses; que las personas trans son una “abominación para dios”; que “cuando los negros no tenían los mismos derechos que hoy, había menos asesinatos y robos”; que obligaría a su hija de nueve años a parir si fuera violada; o que la testosterona alta era un síntoma de excelencia moral.

Kirk se burló de la destrucción de Gaza; sostuvo que la separación Iglesia-Estado es un invento; que el colonialismo británico hizo del mundo un lugar decente; y que “patriotas” deberían pagar la fianza al hombre que golpeó con un martillo al marido de la excongresista Nancy Pelosi.

Los que ahora exigen lágrimas por Kirk son los mismos que hace poco se burlaban de que los inmigrantes serían devorados por caimanes en Florida o de los suicidios de las personas trans. La hipocresía queda para ellos. Mi empatía no es para los opresores.

El responsable del clima de ansiedad, división y violencia es Donald Trump y su movimiento nacionalista cristiano.

Es urgente abordar la radicalización de los jóvenes incels, implementar legislaciones para terminar con la violencia armada, combatir el bullying y promover la educación socioemocional.





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