Buscando soluciones | Perfil



Las encuestas indican que los políticos constituyen uno de los problemas que preocupan a los españoles. Es una opinión extraña, porque la tarea del político es precisamente encontrar soluciones. Es conveniente que al comienzo del curso en la Academia nos ocupemos de las soluciones y de cómo encontrarlas.

El cerebro tiene como finalidad dirigir la acción del organismo, por lo que supone estar orientado al futuro, una capacidad que en el ser humano alcanza una potencia excepcional.

Podemos anticipar metas, proyectar objetivos, planificar procesos, imaginar futuros alternativos, crear utopías. Esta distensión hacia el porvenir se manifiesta especialmente en dos grandes funciones de la inteligencia: la identificación y resolución de problemas, y la formulación de proyectos. Ambas tienen una estructura común. El sujeto se encuentra en un estado A, desea pasar a un estado B y necesita inventar (es decir, encontrar) el camino. Nos definen palabras que nos sacan de nuestras casillas y nos lanzan al porvenir: pro-blemas, pre-guntas, pro-yectos. También pro-pósito, pre-visión, pre-caución, pre-sagio, pre-tensión, pro-mesa. Esos insistentes prefijos (del griego pro, “hacia delante”, y pre, “antes”) nos sitúan a la espera de soluciones que satisfagan nuestras expectativas. Somos seres “expectantes”, que sienten la constante presencia del futuro, travestido de spes et metus, esperanza y miedo, haz y envés de nuestra relación con el porvenir.

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Designamos esta línea de fuga “hacia delante” con una palabra de la misma familia, que ha tenido una colosal importancia histórica: pro-greso, es decir, «avance». ¿Avance hacia dónde? Hacia la felicidad, meta espejeante entre la realidad y la ficción, estación final imaginada del viaje, tras muchos otros apeaderos. Un concepto vacío pero con una gigantesca fuerza movilizadora, al que voy a dar un contenido un poco prosaico: provisionalmente llamaremos «felicidad» al conjunto de las mejores soluciones posibles para nuestro proyecto vital. Sin estar proyectados hacia el futuro, anticipándolo, sin estar impulsados a sobrevivir, no tendríamos ni problemas ni inteligencia, ni aspiración a la felicidad. (…)

Plantear problemas, preguntar, proyectar son actividades de búsqueda. Por eso, no me parece excesivo describir al sapiens como una inteligencia impulsada a buscar. Homo quaerens, Homo peregrinus, Homo itinerans son apelativos con solera. La creatividad, a la que damos tanta importancia, no es más que la búsqueda de soluciones nuevas y brillantes a proyectos no rutinarios. La riqueza de las actividades de búsqueda nos permite jerarquizar a los seres vivos. Los árboles buscan la luz, pero permanecen enraizados. La capacidad de buscar del zorro es mayor que la de la almeja, y el ser humano los supera a todos. Xavier Zubiri decía que la búsqueda es la esencia de la razón. Creo que es más cierto decir que es la esencia de la inteligencia humana al completo, la cual, en vez de limitarse a responder a los estímulos, los busca, los crea o los recrea, se seduce a sí misma desde lejos.

Vivimos en una especie de disparadero inquisitivo. La resolución de problemas y la realización de proyectos utilizan una poderosa herramienta mental –la pregunta– que me sigue intrigando después de llevar estudiándola muchos años.

Me parece prodigioso que todos los niños espontáneamente las hagan a partir de una edad muy temprana. Es una maravillosa pulsión innata. Las preguntas dirigen la búsqueda de soluciones; son, pues, puramente instrumentales, pero no es posible avanzar sin saber formular las adecuadas. Si no sé hacia dónde dirigir un telescopio, no podré estudiar la parte del universo que deseo. Un papel parecido ejerce la pregunta. (…)

Me sorprende que hayamos dedicado más tiempo a analizar lo que es un problema que a definir lo que es una solución, que es lo que realmente nos interesa. En el uso cotidiano definimos “solución” de forma muy laxa. Es todo aquello que permite alcanzar un objetivo, que abre paso a la acción, que resuelve un conflicto. Pero un análisis más riguroso muestra que las sedicentes soluciones pueden ser malas soluciones, es decir no-soluciones, y que podemos interpretar la evolución de las culturas como el proceso de ir buscando “con más o menos éxito” las mejores. El robo con violencia fue un procedimiento de acceso a la propiedad aceptado durante siglos, lo mismo que el rapto como forma de conseguir esposa. Ahora no lo admitimos como solución.

Acabo de leer que el recurso elegido para paliar la soledad y el aburrimiento de los ancianos es atiborrarles de tranquilizantes. Tampoco es la solución óptima. Y tampoco lo es matar al opositor para hacerse con el poder, aunque haya sido a lo largo de los siglos un método frecuentemente usado (…). De la misma manera que en el campo cognitivo el conocimiento verdadero va expulsando los errores, o en el económico el buen dinero desplaza al mal dinero, en el campo de la acción las buenas soluciones deberían acabar desplazando a las malas.

*Autor de Historia universal de las soluciones, editorial Ariel. (Fragmento).





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