Antes te juzgaba el diario, ahora el mundo



Aún recuerdo cuando, la mañana del 25 de octubre de 1998, un par de horas después de jugar mi primer partido en Primera División (contra el Gimnasia de Timoteo Griguol en el Amalfitani), me levanté corriendo de la cama para ir a comprar todos los diarios del kiosco de la esquina. Sí, todos y cada uno de los diarios de la mañana. Ningún futbolista hoy en día lo haría, pero era la única forma de ver cómo te habían juzgado.

Según el puntaje de La Nación, Crónica, Diario Popular y el Olé, cualquiera de nosotros podía presagiar qué le dirían. Era la forma de ser juzgado. Un mecanismo que desapareció hace más de una década, desde el surgimiento de las redes sociales. Para el futbolista del siglo XX, la repercusión pública se construía lentamente con el diario y con la exposición en la televisión, especialmente. El reconocimiento era un fuego que ganaba intensidad con el tiempo y ubicándote en ciertos lugares de relevancia.

El siglo XXI rompió definitivamente esa paz interior de lo privado. El futbolista de hoy vive en el centro de una tormenta digital. El fútbol como deporte siguió siendo el mismo pero todo lo que lo rodeaba fue cambiando, tanto dentro como fuera de la cancha.

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La tecnología aceleró la velocidad del juicio social y multiplicó exponencialmente su impacto. En lugar de esperar a la mañana siguiente, simplemente se queda toda la noche scroleando las redes sociales. Cada error grosero se transforma en un meme que, no bien prendas tu teléfono, te va a llegar. Un fallo puede ser un trending topic. Ya no hay tranquilidad en la búsqueda de una construcción lenta de la identidad.

Antes, cuando perdías, la derrota o el error dolía pero no eran invasivos. Si no salías y te guardabas con tu grupo íntimo seguías tu vida sin grandes perturbaciones. Hoy eso es imposible. Miles de personas te interpelan directamente y se inmiscuyen en tu vida cotidiana si abrís Instagram, TikTok o cualquiera de las redes.

Para el futbolista actual, los reels y los recortes de las redes lo son todo. El objetivo es encontrar un punto de equilibrio. No perder la salud mental. No sentirse un fenómeno cuando gana o hace una buena jugada ni sentirse una basura cuando se equivoca.

Como deporte, el fútbol siempre fue un espejo social, pero ahora con las redes también es una gran vidriera: amplifica todo, lo bueno y lo malo. Gestionar la interacción pública de los protagonistas es un desafío para el protagonista y sus allegados. En las redes hay que estar, para entender qué piensa y siente la gente, pero no hay que vivir.

La educación digital es clave.





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